Primer negocio familiar y el comienzo de la crisis

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DICIEMBRE 2004 

Iniciamos nuestro primer negocio familiar. El boom que comenzaba con Hi5, My Space y Facebook estaba cada día incrementando una demanda tremenda de personas adictas a internet, incluidos mis hermanos y yo.

Mi papá nos propuso abrir un cibercafé; un conocido suyo le daría en renta cinco equipos de cómputo que se irían pagando precisamente con la renta de computadoras al público.

Sin tanto rollo un día ya estaba todo instalado. A falta de un local propio y dinero para una renta, se ocupó la estancia de nuestra casa para el negocio, fue así como de repente desaparecieron la sala y el comedor para dar paso a cinco computadoras de medio uso.

Utilizamos unos escritorios viejos para acomodar las máquinas.

Recuerdo haber colocado sábanas sobre los escritorios y sobre éstos las computadoras. Dejamos una para el administrador en turno: uno de mis hermanos o yo.

Afuera de la casa colocamos un cuadro de madera cuyo espejo se había roto por completo, en él mi papá escribió "Giber Gigad" después de notar el error por haber escrito Giber en lugar de Ciber corrigió remarcando con el mismo plumón la primer letra. 

Medio se entendía, pero apestaba completamente, ni siquiera colgamos el letrero, sólo lo colocamos afuera recargado en la pared sobre una banquita de madera. 

Fuimos a repartir volantes por todo el fraccionamiento para enterar a las personas de la gran apertura.

Nuestro negocio en casa, con computadoras viejas y un horrible letrero, abría sus puertas.

Teníamos desde uno a seis clientes al día, nunca las cuatro computadoras ocupadas al mismo tiempo. Había sólo una chica como cliente frecuente, iba todos los días durante unas tres horas aproximadamente.

Pronto comenzaron a descontarle a mi papá un porcentaje más elevado de su salario por el pago de la casa y ¡boom! La economía en casa se desplomó. Los ingresos del cibercafé eran ocupados a diario para cualquier cosa, al grado de que a veces sólo contábamos con eso para comer, mientras llegaba el fin de semana para que mi papá cobrara y la quincena para que mi mamá lo hiciera.

No sé el momento exacto, no puedo recordar, pero por largo tiempo me pareció que siempre fue así, ya no había para pagar el gas, la luz, el agua, el cable ni el teléfono.

No sé ni siquiera cómo se describe una tristeza tan enorme. Esa sensación de impotencia al ver que todo se va a la mierda, que ya no encajas en esa clasista descripción de "familia promedio" porque sin duda la pobreza nos alcanzó.

Se tiene en el estereotipo de pobreza a una persona cuya actividad es pedir limosna en las calles, trabajar como basurero, albañil, limpia parabrisas, vendedor ambulante o yo que sé, pero seguramente no a nosotros, con casa propia, con automóvil, con hijos en escuela particular, con un negocio en marcha y dos empleos fijos.

No cabe duda que nadie sabe lo que pesa el costal más que el que lo va cargando.

Cuando dejas de pagar los servicios, cuando dejas de comprar despensa, cuando dejas de salir de vacaciones o siquiera de paseo, cuando no tienes ni para la comida del día, cuando pagas la escuela mucho tiempo después de la fecha límite, cuando no usas el carro por falta de gasolina, cuando no tienes ni para un chicle eso es pobreza, seas quién seas, estés donde estés, te dediques a lo que te dediques, eres pobre y punto.

Estaba en mis primeros semestres de prepa cuando en definitiva se dejó de comprar el gas, esos trecientos y tantos pesos que costaba un tanque era un lujo que ya no nos podíamos dar.

Mi papá compró un calentador de agua y ahí comenzaron nuestros días de baños a jicarazos.

Me levantaba a las cinco de la mañana a llenar mi cubeta de agua en el patio. La cargaba hasta un enchufe cerca del comedor y, después de introducirle el calentador, la conectaba, esperaba unos cuarenta minutos a que se calentara y la cargaba a la regadera para ducharme. 

Con el correr del tiempo los enchufes se fueron quemando; el uso constante provocó un desgaste bastante notorio y teníamos que estar cambiando el lugar para calentar el agua, usando para ello el enchufe de la cocina, del baño y algunas veces el de las recámaras, lo que a su vez provocó un incremento en el recibo de la luz.

Cuando dejamos de tener gas para bañarnos, también dejamos de tenerlo para cocinar, mi mamá sacó a crédito una parrilla eléctrica que compró gracias a que, por medio de su trabajo nos pudo otorgar una tarjeta departamental a cada uno.

Cuando había reuniones familiares y tocaba quedarnos a dormir en otra casa, poder bañarnos con agua caliente cayendo de la regadera era lo máximo. Entre Isabella y yo decíamos: "Disfrútalo porque de aquí quién sabe hasta cuándo".




Mi nombre es Mía y soy millonariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora