La ogro y sus parásitos al ataque

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ABRIL 2007

Una noche mientras mi mamá, Isabella y yo dormíamos en la habitación de mis padres, alguien empezó a tocar la puerta muy fuerte y enseguida la ventana. Eran unos golpes bruscos. Nos despertaron algo desorientadas, mirándonos entre sí, sin saber qué pasaba. Adrián estaba de fiesta y mi papá quién sabe dónde.

Me armé de valor y abrí la cortina. Vi a mi exjefa ogro y a sus dos hijos buenos para nada, estaban furiosos viéndome en la obscuridad, abrí la ventana y empezaron a gritarme como locos, yo no entendía nada.

—¿Dónde está tu papá?

—No sé. No está.

—Más le vale que no se esconda. No lo vamos a dejar en paz hasta que pague todo lo que nos robó y los vamos a acusar a ti y a tus hermanos de robo y complicidad. Ahorita mismo vamos a ir a denunciarlos y va a venir la policía por ustedes.

Estoy segura que dijeron más cosas, pero lo veo todo en mi mente como un flash. No recuerdo bien cuáles fueron sus últimas palabras antes de subirse a su camioneta y marcharse.

No pude decir nada. Ni una sola palabra me salió. No entendía de qué hablaban, qué robo, cuál complicidad. Cerré la ventana y volteé a ver a mi mamá que estaba en la cama escuchando todo, y a Isabella, cuyo rostro expresaba confusión. Seguro tenía las mismas dudas que yo.

—No entiendo de qué hablan. ¿Por qué acusan a mi papá?

Fue una pregunta retórica por supuesto, si yo no sabía nada, ellas menos.

—Están acusando a tu papá de que les robó material.

—¿Qué? —enfurecí enseguida—. ¿Tú sabías? ¿Y por qué no me dijiste nada? ¿No ves que quedé como estúpida? Si me hubieras dicho al menos me hubiera defendido. Sabría qué esperar, qué decir. Los hubiera mandado a la fregada.

—No les queríamos decir.

—¡Carajo, mamá! No es posible que a estas alturas nos oculten cosas, como si fuéramos unos niñitos que no entienden nada. ¿Qué fue lo que pasó?

—En la tarde fueron a verme al trabajo, prácticamente secuestraron a tu papá y a la secretaria. Los llevaban en una camioneta y no los dejaban ir. Los acusaron de robo y complicidad con un chofer que estaba sacando las bobinas y revendiéndolas por su cuenta. Querían que yo les pagara o le hablarían a la policía, pero les dije que no tenía dinero.

—¿Y mi papá qué tiene que ver? ¿Robó algo?

—No, pero sí le compró al que las robaba porque se las vendía más baratas.

—¡No puede ser! ¿Y por qué están diciendo que robó? ¿Y nosotros? ¿Nosotros qué tenemos qué ver? ¿Por qué dijo que mis hermanos y yo? Hace meses no estamos ahí.

—No sé. No entiendo. Sólo está enojada y vino a amenazar.

—¿Y dónde fregados está mi papá?

—Está con tu tía Eva.

—¿Qué, se está escondiendo?

—Pues sí, mientras se aclaran las cosas.

—Ah, qué bien —arremetí—, se larga a esconder y nos deja a nuestra suerte aquí. El que nada debe nada teme, ¿no? ¿Y si viene la policía?

Quince minutos después, un carro se estacionó afuera de la casa, quedamos mudas. En un instante pasaron mil cosas por mi cabeza; nos imaginé saliendo con las manos esposadas a la espalda, siendo observadas por los vecinos.

Mi papá abrió la puerta y las tres estábamos llorando. Yo lloraba pero de coraje y de impotencia; no me podía sacar de la cabeza a esa señora gritándome y amenazándome.

En mi mente yo le respondía tantas cosas y la sacaba a patadas, pero la realidad era otra: no había dicho ni hecho nada y eso hacía que me hirviera la sangre.

—¿Cómo están? —preguntó mi papá—. ¿Por qué lloran?

Yo ni siquiera quería hablarle, sólo quería gritarle y reclamarle, pero no me atreví.

—Vino tu exjefa a amenazarnos. Le dijo a Mía que habías robado y que iba a mandar a la policía por ti, por ella y por sus hermanos, por complicidad contigo —increpó mi mamá.

—¿Quééé? Vieja loca, no le hagan caso —dirigió sus palaras a Isabella y a mí—. El que robó se escapó y al que pudo agarrar nos culpó a mí y a la secretaria, pero no robamos nada, al menos yo no, se los juro.

La policía jamás llegó, como era de esperarse, aunque esa noche no estuvimos tan tranquilos. De cualquier manera existía la posibilidad, y si escuchábamos algún carro, era mortificante, sobre todo a la una de la mañana con todo el silencio. Mi corazón aceleraba y desaceleraba con cada motor que pasaba, hasta que me quedé dormida cerca de las tres de la mañana.

Mi nombre es Mía y soy millonariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora