Las respuestas llegan

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MARZO 2009

Estaba buscando en la web una manera diferente para hacer una presentación escolar. Ya me tenían harta las exposiciones en Power Point y me dispuse a entregar algo diferente. Fue así como descubrí a Aaron Benitez. Encontré su artículo Cómo exponer como los grandes, donde hablaba más bien de la ejecución y la técnica y no tanto del material de apoyo.

Nunca había leído a alguien tan directo y tan explícito; me dirigí a su blog y fue como descubrir un mundo nuevo. Ahora sé que personas como él están por todos lados en el mundo, son pocos pero los encuentran quienes por alguna u otra razón estaban buscando rutas alternativas en la vida.

Las respuestas para una vida exitosa sólo llegan para aquellos que se hacen las preguntas correctas.

Lo cual me lleva al pasado, cuando tenía ocho años. Estaba recostada mirando el techo de la estancia de mi casa y de pronto pensé en mi abuelo paterno, tenía cinco cuando él murió, conservaba vagos recuerdos de diferentes momentos de su vida, y me preguntaba dónde estaría él en aquel momento, murió pero ¿eso era todo? Tenía cincuenta y nueve años, era joven y demasiado bueno según cuentan los que lo conocieron bien. Recuerdo a la mayor de todos los primos, cómo lloraba mientras bajaban su caja en el cementerio y yo sólo podía pensar: ¿aquí termina su historia?

Aun recostada pensé en el cielo, pero no en el famoso paraíso al que se supone van los buenos, sino en la inmensidad de éste, en el eterno azul que lo distingue. Me pregunté qué habría después de la muerte, no me parecía lógico venir, vivir poquito, sufrir en su mayoría y luego morir, pasar a la inmensidad y que los que se quedan pronto olviden tu recuerdo, porque el tiempo es lo único que permite: el olvido. Sobre todo para quienes no hicieron nada relevante.

―Mamá, ¿qué edad voy a tener en el año seis mil? ―pregunté aún ensimismada.

Adrián que estaba a su lado en el comedor soltó una carcajada y mi mamá con su mayor esfuerzo endulzó su voz para responder a mi pregunta:

―Para ese año ya no vas a vivir.

―¿Por qué? ―inquirí preocupada.

―Porque son miles de años los que faltan y las personas no viven tanto tiempo.

Ok, mi abuelo apenas vivió cincuenta y nueve, no llegó ni a los cien, ahí lo entendí, pero las preguntas seguían en el aire, ¿quién me podía responder? ¿Quién?

Me preguntaba por qué mi abuelo había vivido poco, quién controlaba eso, quién decidía cuántos años vive cada ser humano, quién elige de qué muere una persona.

Luego volví a pensar en el cielo, en la muerte y en que no me quería morir.

Solía imaginar a menudo que la muerte era una eterna conciencia del vacío. Que la gente sabía que estaba muerta y que no podía hacer nada, que estaba atrapada por toda la eternidad.

Luego crecí y las respuestas vivieron a mí. Ahora sé que no me hubieran llegado jamás si no hubiera hecho las preguntas correctas.

La primera vez que tuve respuesta fue a los quince años, sentada en la sala de espera del dentista del seguro social. Mi mamá me habló de un libro que me ayudaría a saber por qué mis dientes estaban en malas condiciones.

Quizá haya sido por las palabras de "a centavo" que la autora utilizó que fui comprendiendo todo conforme lo iba leyendo. El libro de Metafísica 4 en 1 de Conny Méndez fue el comienzo de mi cambio de mentalidad.

Fue cuando asimilé que todo en la vida está estrechamente relacionado. Todos los seres somos como una especie de red neuronal. Todo acontecimiento por mínimo que sea tiene una correlación con nuestro futuro, cada decisión que tomamos afectará nuestra vida y la de cualquier persona que nos rodee, de manera directa o indirecta.

Entendí que somos creadores, que somos capaces de todo, que somos libres de elegir nuestros caminos y que podemos llegar tan lejos como creamos que podemos.

Después me pregunté por qué esto no lo sabía nadie, por qué en la escuela no lo decían, por qué en la tele no lo decían, por qué mis padres no lo decían, por qué mis amigos o mi familia no lo decían. Por qué nadie hablaba de ello.

Y aunque esos porqués no me eran respondidos todavía, estaba fascinada con ese libro, se volvió como mi biblia personal, lo consultaba todo el día, porque tan sólo leerlo me ponía feliz, porque si yo tenía un sentimiento de tristeza, malestar o pesimismo, releerlo me daba fortaleza y me hacía pensar que todo tenía un propósito sublime y que nada malo pasaba sin que algo bueno estuviera por llegar.

Una noche que regresé de una fiesta, me encontré con que teníamos visitas, la hermana mayor de mi mamá y sus dos hijos estaban en la mesa cenando, cuando todos fueron a dormir, mi primo y yo nos quedamos platicando en la cocina, él me preguntó sobre lo que haría cuando terminara la carrera, le conté sobre mis aspiraciones a Coca-Cola y me recomendó leer Padre rico padre pobre de Robert Kiyosaki, me dijo que no me viera, ni pensara como una empleada, sino como una empresaria.

Para ese momento estaba en tercer semestre de la universidad y nunca antes nadie me había dicho algo como eso.

Siempre en la escuela me decían que afuera mi jefe no me iba a solapar las llegadas tarde o que a él no le iba a importar si no me llevaba con mis compañeros, igual tenía que hacer equipo, que mi jefe no me iba a permitir cortes de pelo extravagantes, piercings o tatuajes.

Me habían enseñado a hacer un currículum vitae perfecto para quedarme con el "mejor" puesto, presentaciones impecables para las juntas con el jefe. También que debía obedecer las reglas del salón y de la escuela porque después debía cumplir las normas de una oficina.

Mi cabeza estaba intestada de esas ideas. Nunca me habían dicho que podía ser yo la jefa, tener mi propio negocio o a mis propios empleados. No me prepararon ni mental ni académicamente para liderar, sólo para callarme y obedecer.

Por eso como millones de personas adopté estos pasatiempos favoritos: criticar al gobierno, ver novelas, y creer ciegamente en lo que me presentaban los medios de "comunicación".

Pensaba como la gran mayoría, que el gobierno tenía la culpa de todo, de que mi papá y mamá ganaran unos sueldos de risa y de que yo no tuviera la educación que merecía.

Pero leí Padre rico padre pobre y mi visión, desde el primer momento, cambió 180°, aprender y creer que podía tener una vida de jefa o de millonaria literalmente, fue impactante y empecé a preguntarme constantemente ¿por qué no? Y entonces leí más y más sobre educación financiera, llegó un tiempo que no hacía más que leer, estaba obsesionada con los libros, a tal grado que lo hacía ida y vuelta a la escuela, en mis clases libres, en las tardes en casa y sobre todo antes de dormir.

Mis amigos ya lo sabían, siempre he tenido la costumbre de leer en digital, así es que me veían absorta en el celular y ya sabían que yo estaba perdida en la lectura, no me molestaban.

Cuando estaba en quinto semestre en la uni, ir a la escuela ya se había convertido en una horrible pesadilla, sentía, después de leer tanto, y conocer a verdaderos expertos que mis profesores no tenían idea de lo que hablaban, sólo eran docentes explicando teoría pero ¿y la práctica? ¿Cómo alguien que no era exitoso o millonario me estaba enseñando a ser una profesionista de éxito?

Mis profesores siempre habían sido eso nada más, docentes, entonces cómo era posible que un hombre que jamás había sido empresario ni dueño de un negocio, sólo empleado, me podía estar enseñando a hacer planes de negocio y cómo una mujer que nunca había trabajado en una industria me estaba enseñando merca industrial, ¿con qué experiencia? Y entonces nos dejaban a nosotros, jóvenes universitarios de veinte años, escribir cuentos, hacer mapas mentales o ver una película y escribir qué entendimos. Really?

Terminé la universidad y me dije «Mía no vas a ser empleada nunca» me enteré poco a poco que mis excompañeros fueron encontrando empleos muy buenos, en agencias importantes y con marcas reconocidas y sí, no lo niego, me sentía mal, pero no porque les fuera bien o por tenerles envidia, la verdad sentía que yo no iba para ningún lado.

Y para acabar cuando decidí que no quería trabajar de lo que estudié, vinieron todos los comentarios de la familia, pero no para mí, sino para mis padres:

"Oye, ¿y Mía no piensa trabajar o qué?"

"Que trabaje, ¿si no para qué le diste estudios?"

"¿Piensa estar de nini toda la vida?"


Mi nombre es Mía y soy millonariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora