Mucho dolor y ¿un charlatán? parte II

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Cuando mis padres tomaron asiento, preguntó: "¿Ven estas manchas blancas de aquí?", señalando arriba de mi frente en la radiografía. Los tres asentimos, y continuó: "Es sinusitis". «¿Qué? ¿Sinusitis? —pensé—. ¿Pero, pero... pero y esa bola del tamaño del mundo que sobresale de entre todo lo que hay en mi cráneo?». Resultó ser una acumulación de tejido que sí, se había formado por el golpe, pero no era de gravedad.

De hecho, era lo que menos tenía relación con mis dolores. Lo cual seguía resultándome extraño. No podía comprender que la intensidad de esas cefaleas se debiera a un problema tan común como la sinusitis. Me recetó un par de medicamentos y salimos apuradísimos para la fiesta, a la cual asistí para no desear suicidarme a media noche en la soledad de mi recámara.

Los ramalazos menguaron algunos días, pero no tanto como para desaparecer. Una noche no pude más. Quería morir. Sentía, de verdad, que mi hora estaba cerca. Mi cabeza parecía haber entrado en cuenta regresiva para una explosión. Caliente y punzante. Me estaba volviendo loca. «Ahora sí. Hasta aquí llegué». Estaba en mi habitación, llorando, mientras los demás cenaban y miraban televisión en la sala. Me vi en el espejo con los ojos rojos a punto de desbordarse, y pensé que ya no podía recordar en absoluto un día de mi vieja y muy lejana vida normal.

Desesperada, le grité a mi padre, quien preguntó asustado qué pasaba en cuanto me vio colmada de lágrimas. Le rogué que hiciera algo por mí. Le aseguré que me iba a morir. Él me llevó contra su pecho en un abrazo y me dio un beso en la cabeza. Me prometió que eso no pasaría. Que no importaba qué tuviera que hacer, así fuera robar, pero iríamos a un doctor particular. Tal vez el drama del momento fue el que le hizo decir aquello, pero creo que él hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa por mí; antes, ahora y siempre.

Se puso en contacto con su hermana menor, enfermera en un hospital particular. Si no lo habíamos considerado como opción, era porque sabíamos que una cita ahí no era cualquier cosa. Mi tía Ernestina, llevaba más de diez años bregando en ese lugar. Debido a lo cual, la relación con sus jefes, los doctores, era buena; lo suficiente como para lograr agendar una cita. No sería gratuita, por supuesto, pero sí pronta.

La tarde siguiente fuimos al Sanatorio. Esperé algunos minutos en la salita, y un atento y amigable doctor nos recibió a mi papá, a mi tía y a mí. Adentro me hizo un chequeo rápido y exploró mi radiografía. Negó rotundamente que yo tuviera sinusitis y me reiteró que la bolita que aparecía no era de importancia. Por lo menos en aquello estuvo de acuerdo con el profesional anterior: era una consecuencia de mi desmayo, pero nada de gravedad.

No supo con exactitud cuál era la causa de mis dolores. Así que, analizando los síntomas me recetó el medicamento que cambió mi vida: Diclofenaco. Después me enteré que eran las pastillas que por default le recetan a todo el mundo para cualquier dolor y/o inflamación. Lo tomé un par de veces y esos dolores desaparecieron para siempre. Después de un par de meses de pesadilla, inyecciones, pastillas, salas de espera, doctores y malestares, por fin tuve paz en mi cabeza otra vez.

La cuestión es que ningún doctor se preocupó por analizar detenidamente mi caso. Lo que noté es que tienden a generalizar síntomas, y si el problema no está dentro de los parámetros establecidos la respuesta es un "no sé". Ninguno preguntó ni por casualidad sobre mi dentadura, sobre mi tratamiento o sobre los métodos de mi dentista, y es lógico, creo, se ha de suponer que el especialista en los dientes sabe lo que hace, pero no siempre es así, prueba de eso: yo. ¿Cómo no me di cuenta?

Después me fui enterando por varios compañeros de la universidad que ya habían tenido brackets, de todas las cosas erradas que hizo o más bien, que no hizo el supuesto ortodoncista. Empezando porque no me realizó limpieza dental antes de colocar los aparatos. No me hizo saber si acaso yo tenía caries que necesitaran ser tapadas. No me dijo que la radiografía panorámica era obligatoria cien por ciento. ¿Cómo entonces iba a ver la alineación de mis dientes? ¿Cómo iba a saber qué línea de tratamiento seguir? ¿Era adivino o qué? No me hizo ningún modelo de estudio. No hubo fotos clínicas, Ningún análisis cefalométrico, ni nada. ¿Con qué clase de charlatán me fui a meter?

Es tan cierto; cuando tu vibración y energía no dan para más, no puedes sino encontrarte con personas que vibran en el mismo bajo nivel. Si iba por la vida pensando que nunca tenía dinero y menos para un buen tratamiento, lo lógico era que me iba a encontrar con un doctor que empatara con la clase de pensamientos que almacenaba.

Como ya había abandonado el tratamiento, ni siquiera pude reclamar por todo lo que hizo mal conmigo ese "dentista". Mucho tiempo analicé detenidamente que tal vez como fui sola, sin dinero, sin conocimiento y sin nada, el doctor pensó en "ayudarme" y por ello no me pidió lo demás, sabiendo que yo no tendría dinero para pagarlo. Va, le doy el beneficio de la duda; pero de todas maneras era su responsabilidad mencionarlo, y ya veía yo si le entraba al ruedo o no.

Después, todo lo relacionado con mi dentadura quedó en stand by. ¿Qué pasó con los brackets? ¿Qué pasó con mis dientes chuecos? Ya lo sabrás. Sólo me queda decir, que, si no fuera por ese diente, seguro no estaría donde estoy ahora.

Mi nombre es Mía y soy millonariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora