¿A qué le tiras cuando sueñas?

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"A mí no me interesa el dinero de los demás. Sólo el que yo pueda conseguir para mí. Jamás quiero trabajar por un sueldo fijo no, no. Un tiempo de trabajo duro y después que ese dinero trabaje por mí y para mí mientras yo me relajo en una deliciosa playa. A mí el dinero me da más felicidad pero sobre todo LIBERTAD. No me digas que el dinero no es todo en la vida y que no te importa. Si piensas de esta manera sólo significa que eres inmensamente pobre".

El 8 de noviembre del 2007 publiqué ese pequeño texto en mi perfil de Facebook. Ese día seguro acababa de leer algo inspirador, seguro estaba muy motivada y quise expresarlo en la red. Afirmo que por aquellos días no conocía a bien la dimensión de esas palabras. No tenía certeza de que eso en verdad pudiera ocurrir, sé que lo creía pero no con ahínco, sin embargo lo dije, ¿por qué exactamente? No lo sé.

No tuve ningún like (creo que porque sin querer llamé pobres a mis contactos) y sólo una persona me respondió.

"¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano? Jajajajajaja".

¿Se estaba burlando de mí? En ese momento me desequilibró su comentario. Me hizo sentir una tonta, ilusa. Me hizo enojar. Por aquellos días solía agregar a Facebook a cuantos fulanos me enviaran solicitud. Tenía mi perfil rebosante de desconocidos. Uno de ellos tuvo la osadía de replicar con burla mi publicación.

El típico comentario hater; término que en aquel tiempo ni figuraba. No imaginaba que un completo extraño iba como si nada a burlarse de mi opinión escrita. ¿Con qué derecho? «¿Por qué habrá escrito esto?», pensé. Traté de que no me importara, pero sí que lo hizo. Quise decirle mil cosas, pero no, mejor me lo dije a mí: me prometí que algún día iba a demostrarle a él y a todos lo que pensaban igual, que estaban equivocados.

Ese comentario me hizo eco, claro a un emprendedor le pican el orgullo y lo hace porque lo hace. Lo consigue porque lo consigue. Triunfa porque triunfa.

Algunos años después lo había conseguido. Estaba en la Riviera Maya. Eran casi las diez de la mañana. La noche anterior me había dado permiso para levantarme tarde. Cuando abrí los ojos Sebastián estaba perfectamente arreglado sentado a la mesa, tecleando en su Alienware. Cuando me moví él levantó la vista y me mandó un beso, dijo que estaba por terminar. Le consentí. Moví los ojos de un lado hacia el otro mirando todo a mi alrededor.

Primero el techo blanco adornado con madera, a mi derecha un enorme ventanal que daba a una preciosa terraza, donde vislumbrábamos el mar. A mi izquierda una lámpara de pie y al fondo un jacuzzi blanco de forma cuadrada. Al frente, más allá de Sebastián, una sala de piel color perla y tres cuadros en la pared sobre una pantalla plana. Parecía un sueño. Había visto esa clase de lugares en las películas, en las fotos de personas famosas y millonarias y en la televisión, pero jamás en vivo y a todo color.

Quise llorar, pero tragué saliva para suprimir la sensación. Estaba ahí en uno de los lugares más hermosos del mundo; un lunes por la mañana, sin tener que preocuparme por nada; sin tener que ir a la escuela; sin tener que ir a trabajar; sin tener que comprar la comida; sin tener que pagar los servicios. Me hallaba extasiada, feliz, llena de júbilo.

El anunciante sonido de mi celular atrajo mi atención: un correo de PayPal había aterrizado en mi bandeja, comunicándome la transferencia de unos miles de dólares a mi cuenta bancaria. Había olvidado que un par de personas me debían unos depósitos. Sonreí entonces. Estaba en el paraíso.

Mientras dormía algunos empresarios estaban transfiriéndome dinero; el amor de mi vida hacía más de veinte mil dólares en inversiones desde su computadora, ¿y yo? En otra dimensión. Toda una prebenda. Apenas eran las diez. Nos quedaba un largo día. ¿Qué íbamos a hacer con tanto tiempo libre y con tanto dinero? ¡Qué difícil!

Analicé la situación en la que me encontraba esa mañana, no supe cómo pero hasta mi pensamiento viajó ese recuerdo de una inocente publicación en Face.

Había llegado el día idílico, disfrutando mientras mi dinero hacía más dinero. Me pregunté: ¿Dónde estaría aquel muchacho que se había burlado de mi publicación? Yo sin querer estaba en una deliciosa playa mientras mi dinero trabajaba para mí. Espera... ¿Sin querer? Claro que no. Lo quise siempre, mi alma lo pedía a gritos y se lo di. Trabajé por ello, lo visualicé día y noche, lo sentí en cada célula de mi cuerpo, lo creí de verdad, lo decreté cada mañana y lo esperé con absoluta certeza. Lo hice como pudo hacerlo él también, pero prefirió no creer, prefirió burlarse de mí.

Respondiendo a su pregunta ―que aquella ocasión no lo hice―: ¿a qué le tiro cuando sueño? A cumplir mi sueño por supuesto. Ahora te pregunto a ti: ¿A qué le tiras tú cuando sueñas?



Mi nombre es Mía y soy millonariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora