Nota de la autora: en el capítulo "De empleado a jefe" se hace mención a la realización de prácticas profesionales. Esa parte fue eliminada de ahí y retomada en este capítulo con otro contexto. Aviso principalmente para aquellas personas que van al corriente con la lectura. Si gustan pueden volver a leer dicho capítulo, aunque realmente no es necesario porque no pierde el sentido. Por su atención gracias.
Diciembre 2010
En la universidad había llegado el momento de ejercer mis prácticas profesionales. Además de poder elegir a una unidad receptora del catálogo de la escuela, se nos daba la opción de gestionar una por cuenta propia. Lo que debíamos hacer era: acudir a la empresa y pedir que nos aceptaran como practicantes. Realizado lo anterior, el trámite procedía sin complicación alguna. Yo ya tenía puesto el ojo en una empresa perfectamente calificada; dada de alta en hacienda y con los requisitos necesarios para desempeñarme como becaria.
Le pedí de favor a mi papá que me dejara ser practicante en SERMSIND, él accedió apacible, especulando que por ello tendría a una especie de empleada gratuita. Por mi parte, creí que por ser la empresa de mi padre no tendría más que darle a firmar mis reportes y alguno que otro documento oficial que hiciera notar que yo, efectivamente estaba haciendo mis prácticas ahí.
Honestamente, no tenía intención de presentarme siquiera, pero no sucedió como lo cavilaba; él me sentenció desde el inicio a que, debía hacer como los demás estudiantes y trabajar las horas que me correspondían si quería que firmara mis papeles. Por tal motivo lo pensé mejor y antes de tomar una decisión revisé el catálogo de la escuela para ver si había una mejor opción disponible. Fue así como hallé el Museo del Futbol y Salón de la Fama.
Había muchas plazas disponibles y las actividades a realizar parecían divertidas. Para el área de mercadotecnia se requería que el practicante participara en estrategias de venta y/o promoción o formara parte de proyectos de investigación de mercados. Supuse que sería interesante adentrarme en el marketing deportivo para aprender algo nuevo, así que apliqué junto con una compañera de clase.
El día de inicio de prácticas, la cita fue en lo que parecía ser el audiovisual del museo. Había muchos estudiantes. Algunos universitarios y otros de la escuela preparatoria. Éramos como cincuenta personas. Ahí encontré a dos compañeros más de clase. La cosa era que no requerían a personas especializadas en nada. Querían guías de museo y nada más.
Nos dieron una capacitación para aprender cada área del lugar para dar recorridos turísticos. Eran dos los principales puntos a conocer: El salón de la fama y el Museo Interactivo de Futbol; lugares que a mi parecer no tenían nada de interesantes. Las practicas sólo debían durar dos meses, pero nos ofrecieron estar seis: de enero a junio. Si nos quedábamos ese tiempo nos liberarían además de las prácticas, el servicio social. Cuando nos lo pidieran en la escuela sólo tendríamos que volver a pedir papeles de horas cumplidas. Parecía un buen trato así que —creo— la mayoría aceptamos.
La capacitación empezó en diciembre, era de nueve de la mañana a dos de la tarde. Al salir me dirigía a la universidad, eran vacaciones, pero ya que tenía las mías ocupadas por la mañana, decidí aprovechar y adelanté la materia de educación financiera.
Las mañanas en Mundo Futbol eran tediosas. Entre semana casi nadie lo visitaba, pasábamos las horas sentados en las mesas de la terraza o en las gradas del mini estadio. Nos quitaban el celular en la entrada y nos restringían ciertas áreas. No había proyectos de nada. Sólo platicábamos esperando llamado para dar recorrido.
Esos fueron los primeros días de Sebastián viviendo conmigo. Él me iba a dejar al museo y a veces iba por mí cuando no tenía clase en la universidad. Regresábamos a casa a pasar la tarde encerrados. Ya no teníamos dinero para salir, ni ganas. Él se la pasaba buscando trabajo casi todo el tiempo. Nuestra relación se volvió complicada. Pasamos de vivir en un cuento de hadas a la cruda vida real.
Antes de que se mudara, cada sábado era especial para ambos. Yo era la mujer más feliz del mundo porque él llegaba. Me hacía olvidar. Me distraía de los problemas. Cuando él se volvió parte de esa rutina de la que yo quería escapar, todo cambió.
Antes cada fin de semana nos desvelábamos viendo películas y platicando por horas. Cuando entré al museo me tenía que levantar más temprano que de costumbre y al volver, por la noche, lo único que quería era dormir. Sebastián me necesitaba, quería hablar, quería pasar tiempo conmigo, y yo sólo pensaba en dormir.
Casi todos esos días de prácticas me dormí a las nueve de la noche y no me importaba nada más que mi descanso. Le exigía a él que tuviera dinero para ir a recogerme, le exigía que encontrara un trabajo, le exigía que estuviera para mí cada que yo quería, pero de mi parte no ofrecía nada. Sebastián era el hombre más cariñoso, tierno y amoroso que había conocido jamás y sin darme cuenta lo estaba cambiando y perdiendo con mi actitud.
El 30 de diciembre nos avisaron en el museo que teníamos que presentarnos a laborar el día primero de enero a la hora habitual. La mayoría nos sorprendimos, pues sabíamos bien que ese día es uno de descanso oficial, pero si no íbamos tendríamos sanciones, las cuales afectaban nuestro papeleo de prácticas. Así que el día de año nuevo tuve que dormir más temprano para poder llegar a laborar al día siguiente.
Para mi sorpresa la mayoría de los convocados acudimos al museo. Hubo muchos turistas y se dieron recorridos durante todo el día. Le pedí a Sebastián que me recogiera al salir, él me dijo que quería, pero no tenía dinero para el transporte. Le sugerí que le pidiera prestado a mi padre, pero no lo hizo. Cuando volví a casa estaba demasiado molesta con él, no lo saludé y lo ignoré mientras cenaba el recalentado de la cena de año nuevo.
Él se sentó frente a mí en la mesa de la cocina y me miraba masticar mientras yo veía en otra dirección. Intentó abrazarme, pero yo lo alejaba como podía. Me fui a la sala con los demás que miraban películas navideñas recostados sobre cobijas en el piso. Me senté en el sillón y Sebastián me siguió; se sentó a mi lado e intentaba que lo mirara para poder decirme algo. Me mandó un mensaje de texto pidiéndome disculpas por no poder ir, me dijo que no tenía dinero y por pena no se había atrevido a pedirle dinero prestado a nadie pues apenas llevaba unos días viviendo ahí y, además, sin aportar nada. Leí su mensaje y lo ignoré. Ignoré cada intento suyo por arreglar las cosas y que estuviéramos bien.
Aquella ocasión dos cosas ocurrieron: primero tuve que interrumpir temprano una fiesta familiar que se celebra una vez al año para ir a laborar al lugar más aburrido del mundo a cambio de unos papeles firmados para cumplir con los requisitos que un sistema retrograda exige para que te puedas graduar, y segundo; me enojé con el amor de mi vida por la estupidez más grande del mundo: sin ser su intención faltó a recogerme porque no tenía dinero.
¿Qué pasa con esta sociedad? Pasa —en mi opinión— que vamos por ahí preocupados por cosas que en realidad no importan. No importan más unos estúpidos papeles que el tiempo con tu familia. No importa más el dinero cuando de por medio está una relación con cualquiera de tus seres queridos.
Pero pasa que tenemos que dejar de lado esos momentos felices para hacer cosas que detestamos. Pasa que las prácticas profesionales son un fiasco porque la mayoría de veces miles y miles de alumnos terminan decepcionados porque a fin de cuentas no aprendieron nada nuevo y sólo resultaron ser los "saca copias" o los "lleva tortas" de sus oficinas de labor.
Pasa que no le debemos el servicio social a nadie, ni a la sociedad ni a la escuela ni al gobierno. Pasa que cuando vas por un empleo de verdad, esas prácticas y ese servicio a veces ni siquiera sirven como experiencia y que la realidad afuera de la escuela es muy distinta.
Pasa que no somos libres como nos han hecho creer y que cada día tenemos que hacer cosas que no nos gustan para poder vivir "dignamente".
A finales de enero, cuando acabaron los dos meses previstos para prácticas profesionales, mis tres compañeros y yo no volvimos al museo. No podíamos aguantar cinco meses más de eso y decidimos que ya nos preocuparíamos por el servicio social cuando llegara el momento.
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Mi nombre es Mía y soy millonaria
RandomCuando estés cansado de tu pobreza lee este libro. De una expobre para ti, futuro millonario. Subida noviembre/2016