Pseudoemprendedora

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El anhelo de ser millonaria vino a cambiarme el panorama por completo. En el camino inevitablemente aprendí cosas, las cuales me obligaron a cambiar de hábitos. En ocasiones me frustraba por eso, por no seguir siendo una humana promedio.

A veces ―estúpidamente― renegaba y me preguntaba: «¿Por qué tuve que salir de la ignorancia?».  Es que cuando uno es ignorante tiene derecho a ser flojo, a ser grosero, a ser malo con los demás, a descuidar su cuerpo, a holgazanear saliendo del trabajo, a gastar todo el sueldo en comida rápida o lujos a meses sin intereses.

Cuando uno es ignorante se puede dar el lujo de echarle la culpa al gobierno, de pedirle a Dios un milagro, de criticar a los demás y de... Sí, todas esas cosas que hacen los pobres.

Pero yo tuve que quitarme la máscara de la ignorancia. Por más que quisiera ya no podía quedarme en el mismo lugar. A empujones salí de la burbuja en la que durante años sólo respiré quejas, mediocridad y conformismo.

Leí a Napoleón Hill, Robert Kiyosaki, Og Mandino, Harv Eker, Neville Goddard, Daniel Goleman, Tony Robbins, Aaron Benitez, Dale Carnegie, Tim Ferris y más, muchos más, y me pasó lo inevitable, lo que tenía que ocurrir tarde o temprano: aprendí.

Todos los ricos tenían razón, pero yo quería hacer las cosas a mi manera. Todos ellos tenían el mismo común denominador, pero yo insistía en que podía haber algún atajo. Es por eso que tardé tantos años en llegar a la meta, porque no paraba de tomar rutas alternas y engañosas que terminaban llevándome al mismo sitio. Una y otra vez me equivoqué, por necia, por orgullosa y por egoísta.

Los hábitos de los ricos estaban clarísimos y yo quería ser rica sin esos hábitos. Quería tener dinero levantándome tarde los fines de semana porque: "¡Qué flojera!", ya me había levantado temprano entre semana me tocaba descansar.

Quería tener millones en el banco mientras veía televisión toda la tarde, porque no estaba inspirada para escribir y así, ¿cómo?

Moría por un cuerpo perfecto y me deprimía cada que me paraba frente al espejo; detestaba lo que veía pero no le decía que no a ninguna pizza ni a ninguna Coca de lata.

Quería amigos que me inspiraran a ser mejor persona pero no le decía adiós a las personas tóxicas que me rodeaban cada fin de semana.

Sólo me la pasaba "queriendo" pero no haciendo.

Tenía la cabeza llena de teoría. Sabía de pe a pa todo lo que debía hacer. Estaba más que claro, pero no ejecutaba, y eso hacía que me odiara, que me frustrara, que me reclamara cada noche por no haber hecho algo de provecho durante el día.

Siempre me decía: "Mañana sí, Mía, seguro que mañana sí". Pero entre Facebook, Instagram, WhatsApp, la televisión, la universidad, la flojera y la desidia, ¡no hacía nada!

Y así pasaron los años, yo llenándome de teoría y dándomela de sabionda. Dictando cátedra a mis conocidos. Luciéndome al predicar que era una emprendedora. Criticándolos por ser unos borregos, esclavos del sistema. Publicando en Face imágenes cool con frases motivacionales para que todos supieran que yo no era ninguna tonta asalariada. Pero en lo profundo mi alma lloraba; mi estómago dolía con cada coraje que no en vano hacía.

«¿Por qué eres así Mía?», me preguntaba. Y la vida me pasó en frente de la nariz. Ni siquiera pude generar antigüedad en ningún empleo. Ni siquiera pude comprar ropa nueva con mi primer sueldo como profesionista, porque tal empleo nunca existió y no lo hizo porque mi ego era tan grande que no me permitía "rebajarme" al nivel de un godin y buscar uno. Pero ni siquiera por ideales o por convicción, sino para no quemar esa imagen que inventé ante todos mis conocidos: el de la emprendedora feliz, con un negocio poca madre, a la que le estaba yendo de maravilla y ganaba mucho dinero; sin jefes, sin obligaciones y sin horarios.

Y cuando había reuniones familiares yo no tenía un solo vestido para ir a visitarlos. Todos ya me habían visto con la misma ropa desde que había ingresado a la universidad. Seguro me iban a preguntar: "¿Pues no que te estaba yendo bien?", o lo iban a pensar.

Vivía envuelta en una inmensa nube negra, llena de espejismos, fantasías y negatividad. Pensando cada segundo en el "qué dirán". Luchando y tratando a toda costa de demostrar que era feliz y que me iba de maravilla. Presumiendo mi perfecta vida como "empresaria", cuando en realidad no llegaba ni pseudoemprendedora. Así de patética poco a poco me fui al hoyo, y me quedé ahí por largo tiempo.

Mi nombre es Mía y soy millonariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora