Decisiones importantes

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Enero 2011

Irresponsable es una palabra muy ad hoc para describir nuestra actitud hacia los gastos desmedidos en este periodo que estoy por relatar. Gastar como rico cuando eres pobre, es una locura total y una falta completa de responsabilidad.

Mensualmente mi papá pagaba tres mil pesos de renta de la nueva oficina. En aquel momento, habernos mudado a una oficina "decente" nos pareció a todos, una magnífica idea porque ya no éramos los emprendedores que trabajaban desde el comedor de su casa. El cambio implicaba un cierto cambio de status. Tener una oficina representaba ser más importantes o al menos eso creíamos en nuestra arrogancia ciega. Las cosas terminan siempre por acomodarse solas, no puedes ir saltando pasos para llegar a la meta.

Sebastián, mi mamá y mi papá pasaban más de medio día en la oficina. Desde las ocho de la mañana hasta después de las seis de la tarde. Nosotras: Isabella y yo, sólo la mitad en lo que llegaba la hora de irnos a la universidad. Ya que la mayoría del tiempo, todos estábamos ahí, pedíamos a una cocina económica que nos llevara de comer.

La comida costaba $45 por persona, éramos cinco personas, por cinco días a la semana, daba un total de $1,125, y al mes de $4,500, más $3,000 de la renta, daba un total de $7,500 mensuales. Eso sin contar los gastos generales. A pesar de que en ese momento ya no pagábamos ningún servicio de la casa, no comprábamos gas, no se pagaban las mensualidades de la casa y de que tampoco se compraba despensa, no alcanzaba. Parecía contraproducente que mientras menos cosas se pagaran menos alcanzaba.

SERMSIND facturaba aproximadamente veinte mil pesos en sus mejores meses y diez mil en los peores. Veinte mil no parecen malos cuando se gana eso en un empleo formal y fijo, pero cuando es el total de las entradas de una empresa la cosa es muy distinta.

Mudarnos a una oficina sin tener apenas un año con la empresa fue un error fatal. Que nadie en casa tuviera un empleo formal además de SERMSIND fue otro error. Comer comida de la calle un error más. Así fue ese año, ese querido 2011 lleno de un error tras otro.

Mi papá vivía desesperado, con el rostro pálido y ojeroso, como chupado. Adelgazó muchísimo. Le salieron arrugas en el contorno de los ojos. Sus manos dejaban a la vista sus venas saltadas casi sobre los huesos.

Y pesar de no tener dinero, él no dejaba de pensar que sería buena idea contratar comisionistas para vender. Pero su idea parecía más bien un sueño guajiro que una opción viable. Platicando con uno de nuestros vecinos, el señor Josué, mi padre se enteró que el hombre, ya una persona mayor, acababa de perder su empleo y se encontraba en busca de otro, así que le propuso que trabajara con él como comisionista. Después de varios encuentros en la calle y varias invitaciones y rechazos a las mismas, una noche el vecino buscó a mi papá en nuestra casa para pedirle formalmente el empleo.

La verdad es que el señor prácticamente no hacía nada. Llegaba a la oficina a las nueve y se iba casi enseguida a visitar clientes. De lo cual nunca tuvimos certeza. Por esos traslados mi padre le pagaba viáticos y, además, semanalmente le pagaba quinientos pesos como parte de las comisiones que iría generando en el futuro, pero en realidad apenas tuvo un par de ventas en alrededor de once meses. La relación se dio por terminada cuando mi papá no pudo pagarle más.

Mi padre siempre tuvo en la cabeza miles de ideas, pero casi nunca sabía cómo aterrizarlas. Era tanto lo que quería abarcar que terminaba por hacer nada. Por ejemplo, a mi hermana Isabella, que en ese momento todavía era estudiante de la licenciatura de comercio exterior, le pidió que comenzara un proyecto de exportación para otro país.

Ella eligió Guatemala porque descubrió que era el país más factible como cliente por el amplio número de empresas de seguridad. En nuestras horas de oficina ella se dedicaba a buscar clientes de allá, averiguar sobre las fracciones arancelarias de nuestros materiales, buscar de qué puerto a qué puerto partirían y llegarían los envíos, sobre las opciones del transporte, incoterms, agentes aduanales, hábitos de negociación, etc.

Mi nombre es Mía y soy millonariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora