Desbalance económico

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MARZO 2004 

Con la adquisición de nuestro nuevo hogar a crédito, a mi papá le descontaban semanalmente poco más de seiscientos pesos de su salario fijo, lo que trajo repercusiones a la economía del hogar. Al principio no se sintió un gran efecto, pero con el tiempo se hizo notorio. Él era el único sustento del hogar. Al disminuir su sueldo se afectaron por completo todos los gastos.

Fue tanto el desbalance económico que surgió, que mi mamá inició la búsqueda de empleo. Varias semanas estuvo presentándose a entrevistas de trabajo, comprando y revisando el periódico y haciendo llamadas.

En noviembre encontró el puesto de capturista de datos en una tienda departamental.

Estaba feliz, siempre quiso un empleo donde tuviera que usar uniforme con una mascada al cuello; estar tras un lindo escritorio frente a una computadora y hacer lo suyo.

En esa época yo me hallaba en primer semestre de preparatoria.

Meses antes de terminar la secundaria me registré como otros miles de adolescentes en la página web de la Universidad Autónoma del Estado para solicitar mi ficha de acceso al examen de admisión a las preparatorias incorporadas.

Mi anhelo siempre había sido estudiar en prepa uno, desde que iba en la primaria soñaba con ello, la veía y pensaba: «Algún día», razón por la que en mi ficha figuraba como primera opción.

A mis catorce y con poco conocimiento sobre procesos por internet no sabía qué rayos hacer. Una noche una compañera me preguntó por mensaje de texto: 

"¿Ya respondiste tu examen socioeconómico?".

"No, pero lo hago enseguida".

"Es que era hasta ayer. Ya se cerró la plataforma".

Inmediatamente abrí la computadora accedí al sitio ingresé mi usuario y contraseña y, efectivamente, cuando quise abrir la prueba me salió un mensaje de que la fecha límite había expirado.

Me preocupé, pero luego pensé: «Esto tiene solución, no sé cómo pero la tiene».

Mi papá me dio la regañiza de mi vida por no estar al pendiente de las fechas.

Después de todo y como cualquier padre, preocupado por mi futuro, habló por teléfono a prepa uno para comentar lo ocurrido y pedir que me dejaran completar el formulario, pero la respuesta fue negativa:

"No se puede. Todo está automatizado. Que espere al siguiente semestre".

Mi mamá la mañana siguiente se presentó en las oficinas de control escolar para clamar por mi alma, pero una vez más la respuesta fue no.

Ya tenía clarísimo el panorama: adiós a mi sueño de estudiar en prepa uno. Podía esperar al siguiente semestre, pero esa no era la intención de mis padres.

El día de ceremonia de clausura de secundaria, saliendo del evento, fueron a pedir informes a una preparatoria particular en la cual ya habían decidido —sin mi consentimiento—inscribirme.

Le rogué a mi mamá:

"Por favor aquí no".

Pero fue como si le hablara al viento porque una semana después fuimos ambas a entregar mis papeles, pagar la colegiatura y enterarnos de todo el show de primer día de clases.

Fue así como oficialmente estaba en una preparatoria particular considerada "patito". Esta escuela tenía algunos apodos de los que me fui enterando con el tiempo: "volcán", porque sacaba puras piedras, "arca de Noe" porque había puro animal y "Los tigres del norte" porque había puro corrido (de otras escuelas).

Fue la mejor etapa de mi vida. Amé esa escuela con el alma, a las personas que conocí y las aventuras que viví.

Mi hermano Adrián tuvo una "suerte" distinta dos años antes. Él después de terminar sus estudios de secundaria y su proceso por internet, se presentó al examen de admisión con la ficha correspondiente. Quedó en la preparatoria número cuatro de la ciudad. Opción que nadie —de mis conocidos— quería, por tratarse de una escuela muy lejana, en una colonia peligrosa y ser  —según rumores— de baja calidad en la enseñanza.

Estuvo cuatro semestres ahí y se cambió a una particular. El director de mi escuela era esposo de la directora de su escuela y por ende muchos de los maestros eran los mismos, la forma de evaluar, incluso las boletas eran idénticas, pero no la colegiatura: en su escuela era más elevada. 

Así es como nosotros dos, una por descuido y otro por antojo, estudiamos en escuelas particulares. Pagando bimestral y mensualmente $1,400 y $1,500 respectivamente.

Mi nombre es Mía y soy millonariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora