Noviembre 2011
Pasaron exactamente siete días cuando decidí volver a la universidad. No, no volví por educación ni aprendizaje. Volví porque recordé todo el trabajo que me había costado entrar. Porque recordé esas lagrimas que derramé aquel día en el que leí "no aceptado" o el día que me dijeron que perdería mi lugar. Lo hice porque reviví esa sensación de felicidad que inundó mi cuerpo cuando mi padre me dijo: "Si quedaste" aquella angustiante mañana mientras buscábamos el periódico. También estaba el hecho de que quería darle esa sorpresa a mis padres, porque me apoyaron para dejar la universidad pese a estar en desacuerdo y por todo el dinero que ya le habíamos regalado a la escuela. Así que sí, regresé. Pero ya no iba a seguir haciendo las cosas como hasta ese momento.
Llevaba meses convenciéndome de que algo útil podía resultar de esas clases aburridas, pero no, lamentablemente no hallaba algo bueno a lo que aferrarme. Así que si iba a terminar sólo debía cumplir con los requisitos mínimos para aprobar las materias.
Y ahí fue cuando me quedó más claro que la universidad es un conjunto de reglas absurdas y de adoctrinamiento que si cumples al pie de la letra te premia con un certificado de graduación.
Tenía un profesor que era muy malo en su materia. Como trabajo final nos había dejado entregar un proyecto de contabilidad de una empresa. Todo el semestre habíamos estado trabajando en él y como último paso se debían hacer el balance general y el estado de resultados. Nunca aprendí a hacer balances, aunque ya había llevado contabilidad desde la preparatoria y a pesar de que mi propio padre a eso se había dedicado la mayor parte de su vida yo no tenía la menor idea de contabilidad.
Busqué en internet un balance general y un estado de resultados. Recuerdo que mi proyecto era sobre ropa, así que busqué uno con las características más parecidas a mi trabajo. Ya que lo hallé, lo copié en una hoja de Word como imagen y lo imprimí. Listo. Lo entregué el día siguiente. Mi calificación final del proyecto fue de nueve y del semestre también. Mientras que otros de mis compañeros se habían esforzado por terminarlo, se habían desvelado y dedicado a hacerlo bien, habían acabado con calificación igual o menor que la mía.
La semana que falté a la escuela la recuperé entregando justificantes laborales de la empresa donde hacía mi servicio social: SERMSIND. Ahora si no me lo pensé y postulé a la empresa de mi padre para que fuera mi unidad receptora. Le pedí a Sebastián que firmara como jefe y las marcaba con un sello que mandé a hacer para darle más veracidad. Todos los profesores me justificaron las faltas y me permitieron entregar tareas y trabajos atrasados.
Cada semestre teníamos que realizar actividades culturales para tener derecho a calificación final. Es decir: había que ir a exposiciones, conferencias o museos, tomarnos una foto y entregarla en una hoja junto con un resumen de lo que habíamos aprendido. No podías ir a cualquier museo o a cualquier lugar, se te designaban los sitios a los cuales podías asistir, que, por supuesto, pertenecían a la universidad, por ejemplo, un concierto de la sinfónica (por el cual había que pagar). Así que opté por photoshopear mis fotos. Les pedí a mis compañeros que sí habían ido, que me regalaran una foto y por medio de Photoshop editaba la imagen colocándome en la escena. Buscaba resúmenes del evento o lugar en internet y entregaba.
Y no es que no me gustara lo relacionado con el arte, de hecho, a mí me encantaba -todavía- ir a museos y visitar exposiciones, pero no me gustaba que me fueran impuestos. No me gustaba que me obligaran a ir para darme mi calificación. ¿No se suponía que tenía derecho a una calificación por el total de los créditos de todo el semestre? Y por no entregar una foto con un resumen, ¿iba a perderlo todo? Me sentía como supongo se sienten los empleados de gobierno a los que se les impone acudir a un mitin o votar por alguien en particular a cambio de la conservación de sus empleos.
No quiero jactarme de lo "lista" que fui por hacer tontos a unos profesores. Quiero enfatizar que la mayoría del tiempo no les importa, no se preocupan o no pueden con tantas actividades. Ellos están ahí porque es su trabajo. Están cumpliendo con un requisito que se les exige para poder cobrar. Siempre son muchos los alumnos que tienen a su cargo y no pueden dar atención personalizada a todos o simplemente no quieren. El problema no son los profesores, es el sistema, que muchas veces los ata de manos y los obliga (como a los alumnos) a cumplir con un lineamiento especifico.
Con el tiempo aprendí bien a qué clases faltar y a cuáles no. Sabía dónde entregar trabajos falsos y dónde no. Por ejemplo, en la materia de tesis todo mi trabajo fue autentico y pasé las vacaciones enteras escribiendo. Pero es que escribir es... algo que siempre me ha encantado.
También era muy participativa en clase. Leer me ayudó mucho a tener conocimientos sobre diferentes temas y a ser critica, a cuestionar y preguntar lo que no entendía. Lo que a su vez me ayudó a que los profesores me conocieran y me evaluaran mejor por contribuir en clase.
Y ahora, desde afuera, algunos años después, puedo decir que la universidad sólo me sirvió para conocer personas.
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Mi nombre es Mía y soy millonaria
RandomCuando estés cansado de tu pobreza lee este libro. De una expobre para ti, futuro millonario. Subida noviembre/2016