24|Confundida.

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—Me siento mal por él Dean —Sarah cogió una cerveza de la pequeña nevera— Me dio pena la forma en la que me miró cuando dije que no lo conocía.

Dean asintió tomando la cerveza que ella le ofrecía.

—No deberías hablar aún, Sarah —la tomó de la mano y la acercó a él— Aún estás herida.

—Me duele solo un poco —se sentó en el regazo de Dean— No te preocupes.

Se besaron, y aunque le encantaban los besos de él, no dejaba de sentirse extraña. Le recordaba mínimamente y eso le hacía sentir segura, pero una extraña, al fin y al cabo.

—¿Qué te pasa?

—Nada —le respondió ella— Solo estoy preocupada por Amie.

—Sarah, te conozco —Dean inspeccionó el su rostro con la mirada— Por favor, dime la verdad.

—Dean, yo...no me siento bien, siento que estamos yendo rápido, aunque a la vez siento que te conozco bien —Sarah se levantó y se sentó un poco alejada de él— Hay cosas que no encajan.

—Te faltan cosas por recordar —dijo Dean y sintió su pecho apretarse de solo pensar que podía pasar si ella llegara a acordarse— ¿Puedes prometerme algo?

—Claro.

—Sarah, prométeme que nunca te irás de mi lado, pase lo que pase, prométeme que intentarás escucharme siempre.

—Dean, me estás asustando ¿Qué sucede?

—Nada —sintió por un segundo que ella podría ver a través de sus ojos el dolor que le había causado recordar como ella le gritaba que lo odiaba— Te amo. No lo olvides.

(...)

—Dean, creo que tenemos trabajo —dijo Sam— Mira, en Dakota del Sur dicen que han visto caminando por las calles a Carter Prentiss —todos se quedaron mirándolo— Lleva tres años muerto, Dean.

—Vale, pues ya sabemos que hacer.

No tardaron en empezar a recoger sus cosas, Sarah no entendía nada.

—Esperad, ¿Cómo os vais a ir? —preguntó— ¿Y Amie? ¿Me vais a dejar sola con ella?

—Claro que no —le sonrió Dean— Tú te vienes con nosotros. Castiel se encargará de Amie ya te lo hemos dicho.

No estaba segura de nada de lo que estaba haciendo, en menos tiempo del que esperaba ya había recogido todo y estaba en el coche de Dean de camino a Dakota del Sur.

—Esto es una locura —comentó— Ni siquiera recuerdo nada sobre lo de cazar.

Sam y Jaz dormían plácidamente en la parte trasera del coche, Sarah mientras tenía sus piernas dobladas, como si estuviera en el sofá de su casa, se sentía a gusto en aquel coche. No lo recordaba apenas, pero le parecía de alguna forma familiar y cercano. Pasó la mano por el salpicadero con delicadeza.

Sacaba de su mochila una bolsa de patatas fritas. Cogía una y la introducía en su boca de una manera tan sensual que logró hacer que él se quedase mirando sus labios sin poder contenerse.
—¿Quieres dejar de hacer eso? —le pidió, y ella repitió la acción.
¿El qué?
Recordó la sonrisa provocadora que le regaló mientras metía otra patata en su boca.

—¿Por qué tanto silencio? —Dean la observó, con esa sonrisa tan ensimismada que tenía Sarah en ese momento mientras acariciaba el salpicadero— ¿Estás bien?

—Sí —lo miró y mantuvo la sonrisa— Estoy perfectamente bien.

Se recostó en el asiento y tras cerrar los ojos se quedó dormida.

(...)

Le costó levantarse, y cuando al fin logró sentarse en la cama sintió su cuerpo doler, no sabía ni siquiera el por qué, pero le dolía. Se observó y notó los diferentes tonos morados que adornaban su piel de forma macabra.

Se rehusó a tocarlos, sabía que si lo hacía le dolería, se levantó, y sosteniéndose de la pared salió de la habitación, entonces cuando abrió la puerta estaba en un largo pasillo, sin saber cómo llegó con facilidad al salón y se encontró a Dean sentado en el sofá.

—Estás despierta —Dean se levantó y se acercó a ella, quien sintió que cuando él la tocará le iba a doler, sin embargo, no lo dolió— Me alegro.

La besó, y cuando se separaron ya no estaban en un salón. De pronto sintió sus oídos doler cuando la música estruendosa sonó con fuerza. Se sobresaltó un poco, ¿Cómo había llegado allí?

—Voy a por una copa.

Dean le sonrió y se marchó entre la gente, Sarah se quedó en medio de tantas personas que no conocía, no entendía nada de lo que pasaba. Entonces el volumen de la música parecía bajar, pero solo para ella.

—Querida Sarah —escuchó una voz que aplacaba la música y se colaba en su cabeza— Ha pasado algo de tiempo, ¿Cómo te sientes?

—¿Quién eres? —llevaba un traje negro, su mano derecha estaba escondida en el bolsillo de su pantalón y en la izquierda sostenía un vaso de whisky— ¿Por qué me suena tu cara?

Él sonrió, y los ojos de Sarah se cegaron dando paso a imágenes claras; La golpeaban, por todas partes, incluso sintió que quemaban su piel, y cuando se fijó quienes la torturaban de esa manera se dio cuenta de que era Dean.

Cuando aquella imagen dejó de estar en sus ojos Sarah se estremeció y dio un paso atrás temblando. Miró a aquel hombre de barba corta.

—¿Por qué me has enseñado eso?

Su voz temblaba. Lo vio mover el vaso con el amarillento líquido y luego darle un corto trago.

—Porque no me gusta que te engañen —dio un paso hacia ella, Sarah dio otro atrás— Te he cogido cariño. Tú misma lo has visto, aunque no quieras creerlo.

Sarah sintió como si aquel hombre estuviera metido en su mente. Se miró los brazos, se tocó los moratones y como mismo imaginaba le dolía. ¿Dean le había hecho todo aquello? De pronto recordó que le habían dicho que no era él, que era un engaño.

—No son reales, él no era Dean.

Ya su voz no temblaba, ahora era firme, como un grito silencioso. El hombre sonrió nuevamente.

—Claro que no lo es, era uno de mis demonios —cuando dijo aquello supuso quien era, había escuchado hablar de él varias veces, era Crowley— Pero, ¿Dónde estaba tu Dean cuando estabas siendo torturada? —Sarah pensó unos segundos, no halló respuesta— No estaba, no fue a salvarte.

—Eso no fue así, Dean no me dejaría.

—Qué pena me das pequeña —se terminó el whisky— Vuelve con tus amigos.

—¡Sarah! —abrió los ojos y respiró, como si se hubiese ahogado, pero no escupía agua, le dolió la cabeza— Joder estás bien.

Dean la abrazó, ella se dio cuenta de que estaba acostada en el asiento delantero del Impala, no entendía nada.

—¿Que ha pasado?

—Te has quedado inconsciente, no respirabas Sarah.

Le dijo Jaz con la misma cara de preocupación que todos los demás. Sí, le dolía demasiado la cabeza, incluso cuando respiraba le dolía. ¿Qué había pasado? No lo sabía, ¿Que debía hacer o pensar? Tampoco lo sabía.

Ya no sabía que era verdad y que no, cuál era la realidad y cuál el engaño de su mente. Ya no sabía que creer, ni siquiera sabía si podía confiar en Dean.

Cazadores |Dean WinchesterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora