Capítulo 49

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Irrumpieron cuando los feligreses tomaban asiento, por lo que la mayoría de los presentes giró la cabeza hacia ellos. Emma suspiró satisfecha al verlos cogidos de la mano con exultante complicidad. ______ bajó la vista convencida de que todo el mundo era consciente de sus problemas para contener la risa. Miró a su esposo y se quedo atónita al comprobar una vez más el férreo dominio que ejercía sobre sus emociones, porque su rostro en ese momento no dejaba adivinar ninguna. Nick se sentó en el primer hueco que encontró libre y ella se acomodó junto a él. Trató de soltarse de su mano, pero él se lo impidió entrelazándole los dedos a la vez que retenía su mano entre las suyas. Pero no se sintió cohibida, muy al contrario, la llenó de felicidad aquella muestra de afecto en público.

Intentó atender a las palabras del predicador, pero se vio obligada a fijar la vista en el regazo porque cada vez que miraba a aquel hombre mellado y enjuto, con aquellas orejas y el pelo tan ralo y alborotado, la asaltaba una risa tonta al recordar la broma de un momento antes. 

Cabizbaja, se reconvino a sí misma a adoptar una actitud de seria escucha. Acertó a entender que el sermón de aquel domingo versaba sobre el demonio y sus tentaciones. No entendió el tono amargo del reverendo Barttlet y sus continuas referencias a la maldad que acecha a los puros de corazón en cada esquina. Alzó un poco la cabeza y vio en el primer banco a la señora Barttlet con los ojos enrojecidos, al igual que su hija Matilda. Ambas lucían un aspecto contrito, pero con la cara alta en señal de dignidad. Ojeó a su alrededor y pudo comprobar que la mayoría de los presentes asentían cariacontecidos. De reojo observó a Nick que muy erguido miraba al frente, dando a entender que lo que allí se decía captaba todo su interés.

Una vez concluido el oficio, fueron de los primeros en salir. Esperaron en el porche la salida de Matt y su familia con intención de saludarlos, ya que su atolondrada partida la noche anterior les impidió despedirse.

—¿No te ha parecido muy severo el reverendo Barttlet? Parecía muy disgustado y no sé a qué ha venido esa arenga tan tétrica sobre el mal —comentó _______ todavía impresionada.

—No tengo la menor idea, porque no me he enterado de nada —respondió Nick encogiéndose de hombros con absoluta indiferencia.

—¿No prestabas atención? —preguntó sorprendida.

—No.

—¿Y se puede saber en qué estabas pensando?

Él la observó de arriba abajo del modo que un ave rapaz miraría a su presa y ella le aguantó la mirada con una sonrisa.

—No solo en eso —su mirada se convirtió en una caricia—, pensaba también en todo lo que nos ha pasado desde hace días, en cómo has cambiado mi vida, en nosotros dos, en todos los años junto que nos quedan por delante, en nuestros hijos…, y en cosas que me importan mucho más que las monsergas de ese hombre que lleva toda su vida diciendo lo mismo.

—Nick, tú nunca…

Él le tomó la mano y la sujetó sobre su propio corazón.

—Pero, por encima de todo, pensaba en la mujer que me ha elegido para formar parte de su vida y… _______ —murmuró con ternura—, ¿qué has hecho para meterte aquí de esta manera?

_______ se quedó sin palabras. Trató de tragar saliva, pero tenía la garganta seca y notó en los ojos un creciente escozor. Se sintió como en un dulce trance incapaz de apartar su mirada de la de él. Pero tuvo que dejar de hacerlo porque con la salida del resto de asistentes, el porche empezó a llenarse de gente. Con el estómago encogido, viró la cabeza y parpadeó varias veces en un intento por mantener la compostura.

Junto a ellos llegaron dos mujeres con las que había coincidido un par de veces en la tienda y con fastidio comprobó que al grupo se unía Harriet junto a su madre. Nick de inmediato la rodeo por los hombros con instinto protector.

—¡Señora Jonas! —la saludó una de ellas con sincera admiración—. Jamás he visto un encaje tan delicado. Ya había oído hablar de su habilidad, pero esta blusa es la más bonita que he visto nunca.

______, aún demasiado aturdida, recibió con gusto los elogios. El canesú de su blusa y buena parte de las mangas lucían unos calados tan refinados como costosos de tejer, pero la belleza del resultado no pasaba desapercibida.

—Me alegro de que le guste —agradeció distraída—. Si lo desea, puedo facilitarle una muestra.

—Si es tan amable, no sabe cómo se lo agradecería; pero no sé si tendré la paciencia suficiente. Quizá me atreva con algún pequeño adorno.

—Desde luego —aseguró la viuda Keller—, no he conocido a nadie con tanta maestría para los encajes como usted, señora Jonas.

—Tan solo se trata de práctica —respondió, recordando tantas tardes aburridas en compañía de Cordelia.

—Es innegable —comentó Harriet dirigiéndose a Nick— que tu esposa posee unas manos extraordinarias.

Dama de TrébolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora