Capítulo 63

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—Hemos repasado lo que tienes que decir cientos de veces —advirtió Jason Smith—. ¿Seguro que lo recuerdas todo?

—Palabra por palabra —afirmó Harriet muy seria.

Al cerrar la mano, tuvo que disimular una mueca de dolor. La quemadura era superficial y casi estaba curada. Aun así, no olvidaría nunca el trato que le estaba deparando Jason Smith. Sus caricias no compensaban el daño que era capaz de causarle.

Él le tomó la barbilla y, ante su resistencia, la sujetó con fuerza.

—Ya ni se nota —confirmó observando su pómulo—. Tienes que perdonarme, preciosa, pero el golpe fue inevitable. Gritabas mucho.

Cuando doblaron la esquina de la calle Quince, aminoraron el paso antes de llegar a la mansión de los Watts.

—Ese hombre está deseando abrazarte. Cuando me presenté en su despacho el otro día, faltó muy poco para que se echase a llorar como una damisela —rio con sorna.

—¿Te habló del dinero?

—Al saber que estabas sola en el mundo, aseguró que no tenías de qué preocuparte porque hace años que custodia un dinero que es tuyo. Debemos seguir la historia de McNabb tal como él me la contó. No olvides que pueden indagar en tu pasado.

—McNabb está muerto y la hermana también.

—Pueden hacer averiguaciones. Si nos ceñimos a la vida de esa _______, no habrá problemas. Si preguntan, la gente les hablará de la hija adoptiva. Y ésa, ahora eres tú.

A las puertas de la casa, Jason empujó la cancela.

—Recuerda todo lo que hemos hablado. Yo desaparezco, pero no olvides que te estaré vigilando, ¿está claro?

—En cuanto me haga con el dinero, volveré a buscarte al hotel —repasó el plan.

—Nos casaremos en cuanto salgamos de aquí —murmuró con deseo.

—Ya podríamos estar casados —argumentó suspicaz.

—Cariño —sonrió acariciándole la garganta con el pulgar—, muéstrate feliz. Tu familia te espera.

Jason Smith respiró hondo antes de golpear la puerta. Si mantenían la calma, todo iría bien.

La familia Watts los recibió con sincera alegría. El señor Watts las había puesto al corriente de la visita del señor Smith, y los tres esperaban impacientes el momento desde hacía una semana.

El más emocionado era sin duda Clifford, que se abrazó a Harriet en cuanto la vio. Rachel y Elisabeth se mostraron encantadas de tenerla con ellos. La señora Mimm, por su parte, se secaba el rabillo del ojo al verlos tan emocionados.

Durante más de una hora, conversaron sobre todas las etapas de su vida. Clifford y Rachel preguntaban preocupados por saber si había llevado una vida dichosa. Y Elisabeth se conmovió al conocer los tumbos que había dado, de una tribu sioux hasta que fue acogida por aquella viuda caritativa. Por fin ya no estaba sola, al menos los tenía a ellos. Harriet incluso derramó unas lágrimas sin soltar la mano de su supuesto prometido, que presenciaba admirado su excelente actuación.

—Es terrible, querida. Permite que te llame Arabella, no me acostumbro a tu nuevo nombre —confesó Rachel tomándole la mano entre las suyas.

—Ese nombre me lo puso mi querida madre adoptiva, ¡fue un ángel conmigo! Ella se encargó de hacerme olvidar las costumbres de aquellos salvajes. Pero es hora de que asuma mi verdadera identidad ahora que por fin sé que soy Arabella Watts.

—Gracias al Cielo que llegó a mis manos aquel anuncio —aseguró muy serio Smith.

Harriet dejó escapar una lágrima con la mirada perdida. Los Watts no se atrevieron a romper el silencio en un momento tan conmovedor.

—Y ¿esas heridas? Precisamente en la mano izquierda —preguntó Clifford preocupado.

—Sufrió un percance muy aparatoso —se apresuró a responder Smith—. Sin duda culpa mía, debí suponer que no montabas a caballo.

La miró con pesar y Harriet le sonrió con ternura.

—Resbalé de la silla y me golpeé en la cara. En la mano no sufrí más que una escoriación que reabrió la cicatriz —explicó—. No es nada grave. En Colorado Springs me atendió un doctor. Pronto podré quitarme el vendaje.

Harriet exhibió la palma de la mano dejando a la vista parte de la quemadura enrojecida que sobresalía del vendaje.

—En la cara apenas se aprecia el golpe, pero quiero que te vean esa mano en el hospital —insistió Clifford solícito.

—En mi equipaje llevo un antiséptico. Eres muy amable por preocuparte, tío Clifford, pero no será necesario. Y ahora —lo miró con un suspiro, a fin de desviar la conversación—, háblame de mis padres.

Clifford le contó con lágrimas en los ojos la violenta muerte de su madre y el tesón con que la buscó su padre durante el resto de su vida. Harriet escuchó la historia entre sollozos abrazada a Rachel. Cuando Elisabeth le mostró el daguerrotipo en el que aparecía con sus padres, cerró los ojos y lo apretó contra su pecho con ambas manos.

—¿Qué harás ahora, querida? Ha sido todo tan repentino —dijo Clifford—. ¿Piensas instalarte definitivamente en Colorado Springs?

—La decisión la tiene mi futuro esposo —confesó bajando la vista.

Jason Smith tuvo que morderse la lengua para no reír a carcajadas ante tal demostración de candor.

—¿Hace mucho que estáis prometidos?

—Tres meses —confesó feliz—. Tras el entierro, tío Rice se instaló conmigo. Yo no podía vivir con un hombre sin estar casada. Por tanto, le cedí la casa a mi tío. Acepté la invitación de unas primas lejanas de mi madre y me mudé con ellas a Colorado Springs.

—En realidad, yo estaba de paso en esa ciudad, camino de San Francisco. Aún no he decidido dónde invertir mi fortuna —intervino Smith, dirigiéndose al señor Watts.

Para tranquilidad de la familia, explicó que era veterano de guerra y que, al morir su madre, había decidido vender la casa familiar y trasladarse desde Maryland a Colorado. Sus argumentos resultaron tan convincentes que incluso el señor Watts se ofreció como consejero, si decidía invertir en minas.

—California es un territorio rico en oro. Aunque no descarto invertir en minas de plata —aclaró demostrando estar al corriente en asuntos financieros—, y la plata ya se sabe que está en estas montañas.

—Ya hablaremos con más calma —concluyó Clifford Watts.

—Fue una suerte que me acogiesen las primas O'Gradie —comentó Harriet—. De no ser por ellas, no te habría conocido.

—El destino, amor mío —aseguró besándole los nudillos.

Dama de TrébolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora