Capítulo 66

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Cinco días después de su partida, Nick se encontraba cómodamente sentado en el salón de los Watts. No le costó dar con la familia, eran bien conocidos en los ambientes acomodados de la ciudad. Miró a su alrededor y se sintió como un extraño. Sus ropas polvorientas tras días de viaje desentonaban en aquel entorno.

—Me temo, señor Watts, que la mujer que dice ser su sobrina no es más que una impostora —aseguró Nick tomando un sorbo de café.

—Es absurdo, no pensará usted que no me he tomado la molestia de realizar averiguaciones —cabeceó Clifford Watts.

Nick lo estudió en silencio. Dejó la taza sobre la mesilla y se acercó hasta la chimenea.

—Estoy absolutamente seguro —afirmó tomando un daguerrotipo—. No sé quién es esta mujer, pero estaría dispuesto a jurar que es mi esposa.

Clifford Watts se removió en el sillón. La situación resultaba delirante: años y años buscando a su sobrina y en menos de dos semanas se encontraba con dos mujeres que afirmaban ser Arabella.

—Lamento desilusionarle —respiró intranquilo—, pero no albergo ninguna duda respecto a mi sobrina Arabella.

Tuvo que sacar un pañuelo del bolsillo para secarse la frente al recordar que esa misma mañana la había acompañado a las oficinas del Banco Nacional de Denver. Consideró que era su obligación poner a nombre de Arabella el dinero en metálico que le legó su difunto padre y ahora se arrepentía de haber actuado con tanta premura. Tal vez fuese más prudente posponer la visita al notario para la entrega de las escrituras sobre sus posesiones en Boston.

—Creo que comete un error —zanjó Nick—, pero si mis argumentos no le convencen, no tengo nada más que decir.

—Admito que las coincidencias son extraordinarias. Esa misma historia me la ha contado Arabella con todo detalle. Y coincide con lo que averigüé en Kiowa Crossing; pero no demuestra de ningún modo que su esposa sea mi sobrina.

—Fue usted quién la llamó Marion en Kiowa, no lo olvide —dijo dándole la espalda.

El señor Watts creyó estar viviendo una pesadilla. No podía haber cometido el error de abrir sus brazos a una impostora, no ahora que acababa de hacerle entrega de parte de la herencia. De ser así no sabía cómo iba a explicárselo a Rachel y Elisabeth. Además, si llegara a saberse, se convertiría en el hazme reír de todo Denver.

Cuando se estrechaban la mano, se oyó el aldabón de la entrada.

—Debe de ser mi sobrina, ha salido de compras. Ahora tendrá la oportunidad de conocerla —explicó.

Nick abrió la puerta de la sala y se sorprendió al encontrarse con un hombre tan alto como él.

—Ah, John —exclamó Clifford Watts a su espalda—. Permita que les presente. John, el señor Jonas venía convencido de que su esposa podía ser nuestra Arabella, pero lamentablemente estaba en un error. John Collins, un amigo de la familia —aclaró dirigiéndose a Nick.

Se estrecharon la mano, a Nick le sorprendió la mirada de aquel hombre, que lo estudiaba con mucho interés. Le calculó unos veinticinco años y la fuerza de su mano no era la de un caballero ocioso.

—Señor Jonas, olvida su sombrero —advirtió Clifford Watts.

Acompañó a Watts al salón y vio correr a una joven hacia la casa a través del ventanal. Nick se irguió de golpe.

—¿Señor Jonas? —inquirió Watts al verlo absorto.

Y entonces se escuchó una risa coqueta en el recibidor. Nick apretó el sombrero hasta doblar el ala. Aquella voz… aquella risita falsa era inconfundible. Olvidando todas las normas de cortesía, él mismo abrió de par en par la puerta de la sala.
No podía ser otra. Harriet Keller, de espaldas a él, desplegaba todos sus encantos ante un cariacontecido John Collins.

Dama de TrébolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora