CAPÍTULO 31

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Por la tarde, _______ no cabía en sí de contenta. Durante la comida había escuchado la conversación entre Nick y Aaron; la deuda del vallado estaba saldada y con la venta del ganado todo serían beneficios. La llenaba de felicidad ver a su esposo tan orgulloso de sí mismo por haber triunfado ante una situación adversa. Así quería verlo siempre, orgulloso y emprendedor.

Con un suspiro se llevó la mano a los labios recordando sus besos en el desván. Abrió el costurero dispuesta a continuar con la entretenida labor de añadir rosetas caladas de encaje a aquella blusa demasiado recatada.

Cuando Nick volvió del barracón de los arreos, se quedó con templándola desde la puerta. No había momento en el día en que parase de trabajar y, desde hacía días, no dejaba la aguja ni a la hora de dormir.

—Te vas a lastimar los ojos si sigues con esas labores —comentó.

—Tú también dedicas mucho tiempo a tus vacas —respondió sin mirarlo.

—Mis vacas… No sientes todo esto como algo tuyo —le reprochó con un amargo deje de decepción.

—Si no creyese que éste es mi hogar, me habría ido.

Levantó la vista y lo miró de frente.

—Y tienes razón —continuó con un tono suave, pero firme—. A partir de ahora me referiré a todo esto como lo que es, nuestra casa, nuestras tierras…, pero las reses son tuyas. —Él la miraba sin entender—. Porque si fuesen mías, les cogería tanto cariño que no te dejaría vender ni una y pastarían en los prados hasta que murieran de viejas.

Su tono bromista lo desarmó. Aquello era lo último que Nick esperaba oír.

—Así no funciona este negocio —aclaró con media sonrisa.

—Por eso te lo dejo a ti —sonrió a su vez, bajando la vista a la labor de crochet—. Tú eres el ganadero y nadie mejor que tú para sacar el negocio adelante.

Nick tomó el sombrero y la miró con curiosidad, encantado con el cambio de actitud. No sólo parecía contenta, también demostraba confianza ciega en su capacidad para llevar el rancho. 

Eso aún le gustó más. Cuando se disponía a marcharse, la voz de ______ lo detuvo.

—Nick. —Él se giró hacia ella—. Es la primera vez que te veo sonreír. Me encantaría que lo hicieras más a menudo.

—Es la primera vez en muchas semanas que me llamas por mi nombre —señaló él con una mirada profunda—, y me gusta mucho cómo suena en tu boca.

________ exhibió una sonrisa tímida y bajó de nuevo la vista. Su presencia imponente a contraluz le provocaba un cosquilleo en el estómago.

—Otra cosa —añadió, girando talones—. También me gusta verte sonreír, pero aún me gusta más cuando sonríes para mí.

Tras decir aquello salió de la casa. ________ lo oyó montar y alejarse al galope. Repitió para sí una a una sus últimas palabras y no pudo evitar que un suspiro escapara de sus labios.

Poco después lo oyó galopar de regreso. Cuando alzó la vista, lo encontró recostado en el quicio de la puerta.

—¿Qué te parece si dejas eso y vienes conmigo a ver «mis vacas»? —recalcó las dos últimas palabras con ironía.

Dama de TrébolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora