CAPITULO 1 (PARTE 2)

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Cogió la de tréboles y la contempló durante un segundo antes de guardarla en el bolsillo de su camisa.

—Caballeros, no perdamos más tiempo. McNabb, mi dinero.

—Señor Jonas, le adelantaré estos cien dólares —dijo depositando sobre la mesa dicha cantidad.

—. En cuanto a los cien restantes —prosiguió con media sonrisa nerviosa—, tengo una propuesta para usted que no podrá rechazar.

Jonas los unió al resto de billetes en un fajo; una pequeña fortuna que guardó sin dejar de mirar a McNabb. Se acercó con lentitud a él y, sin esfuerzo aparente, le atenazó la garganta con una mano. El rostro congestionado quedó a escasas pulgadas del suyo.

—Señores —se dirigió al resto de jugadores—, este asunto es entre el señor McNabb y yo. Si son tan amables, agradeceremos que nos dejen a solas.

Los tres hombres entendieron al instante que su presencia no era bienvenida y abandonaron la casa sin rechistar.

—¿Y bien? —preguntó aflojando la presión.

Decidió mantener la sangre fría. Aquel hombrecillo sudoroso era listo, iba desarmado sabiendo que así protegía su vida pues, quien disparase contra un hombre en esas condiciones sería ajusticiado de inmediato. Dada la situación, consideró preferible cobrar la deuda, aunque fuera en especie, que dejarse llevar por la ira que le empujaba a acabar con aquel tipo.

—Señor Jonas, si me escucha con atención… considerará mi oferta mucho más ventajosa que los cien dólares que en este momento me es imposible entregarle. Es usted un hombre soltero y deduzco que con mucho éxito entre las damas —argumentó entre bocanadas, tratando de ser convincente—, pero en este territorio la presencia de mujeres es escasa.

Lo liberó con súbita brusquedad y McNabb trastabilló como un títere al que hubiesen aflojado los hilos.

—Continúe —exigió.

Tal vez la compensación ideada por aquel sujeto explicaba los ruidos del piso superior, aunque de ningún modo pensaba renunciar a semejante cantidad de dinero a cambio de un placer pasajero, por tentadora que fuese la compañía.

—Si me disculpa, entenderá la naturaleza de mi propuesta —añadió saliendo de la sala.

Oyó pasos rápidos en el piso de arriba y lo que parecía una discusión. Poco después, el hombre apareció con una joven a la que arrastraba de un brazo. Entre forcejeos y empujones, la colocó frente a un inexpresivo Jonas.

Aquello cambiaba las cosas, no era el tipo de mujer que esperaba.

—Como le dije —continuó McNabb intranquilo—, mi hermana falleció hace dos semanas y deja una hija. Desde hace siete días, vivimos bajo el mismo techo; no nos unen lazos de sangre y, como comprenderá, la situación es del todo inadecuada para el buen nombre de mi…, digamos, sobrina.

Nick Jonas examinó a la chica, «______», recordó. Por lo visto, los pasos nerviosos pertenecían a la joven del cuadro, aunque había crecido. Deseó poder ver mejor su rostro, pero se lo impedía su postura cabizbaja.

—No entiendo qué tiene que ver la señorita con los cien dólares que me debe —dijo sin dejar de contemplarla.

—Pues bien, ella es su pago. Le aseguro que se trata de una joven intacta…

La joven levantó la cabeza de golpe y fulminó con odio a McNabb. Nick Jonas no pudo por menos que sorprenderse de su reacción y, cuando asimiló el comentario vejatorio, propinó un puñetazo a aquel individuo en plena cara que quebranto su equilibrio. Ella dio un paso atrás y lo miró asustada.

Dama de TrébolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora