Capítulo 70

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Eran casi las seis de la tarde y a Harriet le rugía el estómago. Durante la comida, evitó probar bocado para hacer más creíble su fingido disgusto. Y después, tuvo que marcharse con lo puesto; al menos consiguió librarse de la cargante «primita» a tiempo y pudo pasar por el banco. 

Apretó los dientes, no había podido cancelar la cuenta y tuvo que dejar un fondo; escaso, eso sí. De haber retirado todo el dinero con tanta prisa, habría levantado demasiadas sospechas en aquel banquero impertinente.

Pronto pasaron los mozos anunciando la próxima parada en Cheyenne.

—No estés nerviosa —advirtió Jason—. Si tu «querido tío» ha dado aviso a las autoridades, nos buscarán en los trenes a Kansas; nadie imaginará que hemos tomado la línea que va a Chicago. Pensarán que nos dirigimos a Nueva York o a Boston.

—Eso espero, por ello comenté tantas veces mi deseo de conocer Nueva York.

—Bien hecho. De todos modos, cambiaremos de tren en Omaha para despistar. En cuanto paremos en Cheyenne, iremos al vagón restaurante. Y después —murmuró en su oído— sueño con hacerte el amor. Este traqueteo es muy excitante.

Lo miró de reojo con media sonrisa complacida; lástima que no entrase en sus planes.

El tren fue disminuyendo la velocidad. Harriet se asomó por la ventanilla, la estación de Cheyenne bullía de pasajeros arriba y abajo. Por fin se encontraba a sus anchas. El brusco frenazo la hizo tambalear.

—¿Estás bien? —La sujetó por la cintura.

—Mejor que nunca.

Harriet puso sus manos sobre las de él y se las deslizó hacia abajo con una mirada sugerente. Por nada del mundo quería que le pusiese las manos encima, pero tenía que ser cauta para que no sospechara.

—Voy a preguntar a los mozos cuanto tardaremos en llegar a Omaha.

Jason era listo y no se le pasaba ningún detalle. Lo primero que hizo fue registrar su bolsito por si se le había ocurrido la idea de sacar el dinero. Por suerte lo encontró vacío. Más tarde, él se empeñó en bajar del tren en Hughes y se agenció un par de maletas y sombrerera; dos viajeros sin equipaje podían levantar sospechas. Tendría que ser cuidadosa y actuar con rapidez.

Se dirigió al descansillo de la izquierda y preguntó a uno de los mozos.

—¿Tardaremos mucho rato en partir?

—Unos quince minutos.

—En ese caso, bajaré a estirar las piernas.

Le regaló su mejor sonrisa y el hombre se afanó en darle la mano para ayudarla a descender. Harriet se alejó segura de que no le quitaba ojo de encima. ¡Que tontos llegaban a ser los hombres! Cuando llegó al edificio de la estación, salió por otra puerta y rodeó el edificio. Desde el lateral, podría observar el tren sin ser vista. Y ahora contaba con su mejor baza, un testigo que la había visto bajar.

Cuando Jason Smith regresó al vagón y no la vio, salió de nuevo al pasillo a buscarla. Empezó a inquietarse cuando recorría un vagón tras otro sin dar con ella. Preguntó a los mozos, ninguno la había visto. Al fin dio con uno que la recordaba.

—Si se refiere a la señorita del vestido verde, no creo que tarde. Bajó a estirar las piernas hace diez minutos —advirtió el hombre.

—¿A dónde fue?

—La perdí de vista cuando entró en la estación.

Jason se mordió el labio inferior. Bajó de un salto y corrió hacia la estación. Allí, los que la recordaban, coincidían en que había salido por la puerta contraria. El silbido del vapor anunció que pronto se pondría en marcha y tuvo que decidir entre quedarse a buscarla o subir al tren en una fracción de segundo. Y optó por subir, no podía correr el riesgo de encontrarse con las autoridades pegadas a sus talones. Corrió hacia el tren y logró tomarlo ya en marcha.

Fue hasta su vagón y se reclinó en el asiento con los ojos cerrados. Aquella pequeña víbora había conseguido darle esquinazo.

Harriet contempló con una sonrisa satisfecha la partida del convoy. Respiró hondo y se dirigió a las taquillas.

—¿Hacia dónde sale el próximo tren?

—San Francisco.

¡La ciudad del oro! La más grande del Oeste. ¿Y por qué no? Justo en dirección contraria. Allí no la buscarían ni Jason ni los Watts. Con el dinero de la «querida» Arabella, pensaba empezar una nueva vida y buscar un marido acorde con sus aspiraciones.

Se acarició el estómago. Bendito corsé que era capaz de guardar todos aquellos billetes.

—Adiós, Jason —suspiró.

Iba a echar de menos a aquel granuja.

Dama de TrébolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora