CAPÍTULO 26

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Tres días después de la venta del ganado, _______, desde la cocina, escuchaba los hachazos en la parte trasera. Desde el día del viaje, habían cruzado tan pocas palabras que sobraban dedos en una mano para contarlas. Ni la mesa compartían a la hora de cenar.

_______ remató la labor. Por fin tenía todas las abrazaderas nuevas para las cortinas.

Rodeó la casa y se quedó mirando a Nick con las manos a la espalda.

—Cuando encuentres un momento, necesito que claves un par de escarpias en las ventanas.

Nick clavó el hacha en el tocón y la miró con curiosidad. Ese tono tan amable era toda una novedad.

—Ahora es buen momento.

Se secó el sudor de la frente y se embutió la camisa por la cabeza. _______ lo vio ir hacia el barracón que en otros tiempos alojaba a los peones y deseó que algún día Nick consiguiera volver a ver ese barracón lleno de hombres, en lugar de herramientas, aperos y telarañas.

Cuando él entró en la cocina, _________ probaba el efecto de las nuevas abrazaderas.

—¿Dónde las quieres?

—A los lados, a esta altura más o menos.

Nick, que disfrutaba al ver cazuelas humeando en la cocina y del aroma a comida recién hecha, no hizo ningún comentario. Mientras clavaba la segunda escarpia, se preguntó de dónde sacaba ________ el tiempo para labores tan delicadas. Le parecieron flores, se fijó un poco mejor y distinguió que eran tréboles unidos por las hojas. La observó de reojo, ________ sonreía satisfecha. Las abrazaderas daban un nuevo aspecto a la ventana y la cocina parecía mucho más luminosa.

—Desde que llegaste, esta casa te pareció demasiado modesta —pensó en voz alta.

—¿Cómo puedes decir eso? Durante años viví en un tipi de piel de bisonte. Además —añadió—, los muebles son muy elegantes. ¡Si hasta tengo una máquina de coser!

—¿Funciona ese trasto?

—¿Llamas trasto al mejor invento del siglo? Claro que sí, solo hizo falta engrasarla.

Ahí tenía la explicación: él que creyó que pasaba tanto tiempo en el desván porque se había construido allí arriba un mundo hermético a su medida. Tuvo que reconocer que había dado demasiadas cosas por supuestas. Si no hacían un esfuerzo por ser más comunicativos, poco iban a cambiar las cosas. La solución era bien sencilla.

—La trajeron desde el Este y los muebles, también —le explicó—. Mi madre siempre quiso una casa grande y confortable. Lo primero que hicieron fue comprar la cocina, un lujo para aquel entonces, y mi padre prometió construir un salón más adelante. Pero no fueron buenos tiempos. Lo prioritario era mantener el rancho a flote y el salón nunca llego. Ya lo tienes —anunció—. ¿Quieres también en las otras ventanas?

—Si, por favor.

Ella lo siguió hasta la otra pared y le apartó la cortina para facilitarle el trabajo.

—¿Fueron pioneros? —preguntó para que siguiese con el relato.

—En cierto modo. En realidad vinieron al morir mi hermano. Estudiaba en West Point. Era el orgullo de mis padres. Imagínate, el hijo de un irlandés en la academia.

Dama de TrébolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora