Capítulo 7.

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Por la tarde, después leer y darme una ducha, fui a la cocina mientras olía a palomitas con mantequilla. Escuché el plop, plop, plop que provenía dentro del microondas, y encontré Mike esperando a que se prepararan. Me fijé en el sixpack de cervezas de la mesa y me pregunté si saldría de casa.

— ¿Esperas a alguien? —Abrí la puerta del congelador y saqué un manojo de uvas moradas.

—Unos amigos van a venir. —El microondas se detuvo y sacó la bolsa de palomitas para después colocarlas en un enorme tazón.

— ¿Verán películas de amor? —Sonreí antes de comer la uva.

—Ja, ja, ja. —Rodó los ojos—. Hay partido de fútbol.

Arrugué la nariz.

—Aburrido.

Se encogió de hombros y tomó un puño de palomitas.

— ¿No van a venir tus amigas a dormir como todos los viernes? —preguntó, con la boca llena.

Hice una mueca al ver el maíz siendo triturado por sus dientes.

—No. —Aparté la vista y guardé las uvas que tenía pensado comer. En la puerta de la nevera había una nota amarilla en donde decía los días que mis padres podrían venir a visitarnos. El día de hoy estaba escrito—. ¿Mamá o papá han llamado?

Cuando tardó en contestar, me giré hacia él con una pizca de esperanza. Dudó por un momento antes de negar la cabeza.

—Mandaron un mensaje diciendo que no vendrían. —Había algo en su voz que no pude descubrir. Culpa, tal vez.

—Genial. —Solté un suspiro, demostrando la decepción.

Habían pasado semanas, casi meses desde la última vez que los había visto. Con frecuencia se aislaban inventando excusas. Solíamos salir algún lugar, o a veces nos quedábamos en casa y conversábamos diferentes trivialidades. Convivíamos como una familia, pero ahora rara vez se comunicaban. Y cuando lo hacían, era por un tiempo limitado a no más de quince minutos. Sabía que ya éramos universitarios y debíamos hacer las cosas por nuestra cuenta, pero un poco de atención de su parte no estaría mal.

Las próximas horas se convirtieron en un fastidio. Estaba en mi habitación intentando tomar una siesta para recuperar las horas perdidas de la pesadilla de anoche. Lograba descansar algunos minutos, pero luego los gritos de los amigos de Michael me despertaban.

Con la poca paciencia que me quedó, me dirigí a la sala. Los mechones alborotados salían de mi coleta, se podría decir que mi cabello estaba hecho un desastre pero el enojo no me permitió ver más allá de la vanidad. Localicé varios chicos ocupando los sillones con sus miradas hipnotizadas en la televisión, en donde se estaba llevando a cabo el partido de fútbol. Estuve a punto de hacer acto de presencia cuando empezaron a gritar y empujarse entre sí. Me sobresalté y me cubrí los oídos con las manos. Su manera de celebrar un gol era patética.

Caminé hacia a ellos y cuando finalmente se calmaron, se dieron cuenta que estaba cruzada de brazos a un lado de la televisión. Me sentí un poco vulnerable cuando me miraron, pero mantuve una postura firme. Miré a Michael, quien estaba dándole un trago a su bebida, y como nadie daba señales de hablar, rompí el silencio.

—Estoy intentando dormir —dije, siendo específica.

Algunos de ellos resoplaron como si estuviera bromeando. Los fulminé con la mirada y se quedaron callados mientras comían palomitas.

—Caro, apenas son las ocho de la noche. —Mike frunció el ceño y miró de reojo el reloj de su muñeca.

—Además es viernes; mejor únete a nosotros y siéntate aquí. —Un chico que me era totalmente desconocido palmeó su rodilla, y puse los ojos en blanco.

atracción mortal; aguslinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora