Capítulo 34. | Maratón 1/2

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No pude dormir. Lo intenté pero el lugar no era cómodo y mis instintos me decían que permaneciera despierta. Podía ocurrir cualquier cosa mientras estuviera dormida y quería estar enterada de cualquier movimiento por más insignificante que fuera. Las cobijas que Jorge me había traído calmaban un poco mi estremecimiento. El frío era constante, como si hubiera un aire acondicionado en la caverna. Las rocas que chocaban contra mi espalda estaban heladas y me removía entre ellas, haciendo un intento de buscar una postura considerable pero lo único que sentía, era la irregularidad que dolía en mi piel.

Podía sentir los círculos oscuros que se formaban por debajo de mis ojos. Estaba desesperada, hambrienta y asustada. Quería salir de aquí y volver al punto inicial de mi vida.

El pasadizo crujió, recordándome en dónde me encontraba y levanté la vista. Pensé que sería Jorge pero me tensé cuando Jeremy entró con una sonrisa que no emanaba confianza. Esperaba que no tratara hacerme daño, había intentado drenarme, y ahora no tenía a nadie que pudiera impedírselo.

—Levántate, tenemos que irnos.

Me puse de pie y ajusté las cobijas a mi alrededor.

—¿A dónde iremos? —cuestioné, sintiendo la garganta seca.

Suspiró y sacó algo de sus bolsillos.

—Sin preguntas, muévete —noté una aguja en su dedo y contuve la respiración.

Di pasos lentos hacia a él mientras me observaba. Abrió el pasadizo y me asomé. Logré ver un largo pasillo oscuro que terminaba en alguna parte.

Retiró las cobijas de mi cuerpo e inmediatamente percibí el frío en mi piel. Lo miré y estaba inclinándose, dispuesto a pincharme la aguja. Tomando una respiración profunda, lo empujé y salí corriendo por el pasillo desconocido. Era una oportunidad para huir. No sentía mis pies, pero sabía que estaban moviéndose y corriendo con velocidad.

Llegué a una enorme sala que me parecía sumamente familiar. En ese instante, recordé que ya había estado aquí. Estaba en RedHouse, podía reconocer los sillones de piel y la lujosidad de las paredes. Por lo menos sabía en qué lugar me encontraba. Busqué la puerta, pero había demasiadas a mi percepción. Podía abrir la equivocada. Miré desesperadamente a los lados y encontré la puerta principal. Era ancha e imponente, tal como la recordaba.

Mientras llegaba a ella, sentía la adrenalina correr por las venas. Iba a ser libre, vería a Michael y a Agustín de nuevo. Al menos, eso pensaba. Sentía los pasos de Jeremy detrás de mí, pero no me detuve.

Tomé la perilla con las manos temblorosas y en ese momento, fue abierta por otra persona.

—¿Tienes prisa? —Alexander arrugó la frente e intenté golpearlo, pero me tomó del cuello y me llevó hacia la pared más cercana.

—¿Dónde diablos estabas? Se suponía que debías estar esperando en el pasillo —miré de reojo a Jeremy, quien venía acercándose.

—Por poco y se escapa —dijo Alexander—. Inyéctale el sedante.

—Tranquila, Carolina. Esto no dolerá —avisó Jeremy, una vez que estuvo a mi lado. Lo siguiente que sentí, fue la aguja siendo enterrada en mi yugular. Mi vista se hizo borrosa y me debilité, dejando caer mi cuerpo hacia Alexander.

—Dejaste una marca en su cuello, imbécil. No sabes hacer nada bien, largo de aquí, me haré cargo de ella por ahora —una voz profunda llegó a mi percepción. Estaba reclamándole a Jeremy, pero no pertenecía a Alexander o Jorge. Su tono me recordó a Agustín, pero mis sentidos no pudieron descifrarlo con exactitud. Quise abrir los ojos, pero el cansancio me incrustaba, obligándome a seguir durmiendo.

atracción mortal; aguslinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora