Logré llegar a casa antes que la lluvia me cayera encima. Michael no pareció muy contento por haberme tardado en regresar pero estaba lo suficientemente distraída para no responder a sus regaños.Cuando estuve en la habitación, leí un poco con la esperanza de dejar de pensar en Agustín. Pero la verdad, no lo logré. En mi mente recordaba su mirada e incluso su sonrisa. Era algo tonto que estuviera pensando en él cuando ni siquiera tenía la seguridad que era una persona en quien confiar.
Valentina me llamó y conversé con ella sobre el beso rechazado entre Malena y Ruggero. Después de eso, me fui a lavar los dientes. Me dormí cerca de la medianoche y esperaba no tener otra pesadilla.
Abrí los ojos lentamente. Sentía la necesidad de hacerlo cuando me di cuenta que estaba dentro del sueño. Me encontraba en una estancia lujosa y elegante. Llevaba un vestido largo en color vino. Acaricié la tela de seda y miré a mi alrededor.
Había un par de sofás con una mesita de centro en medio. Las ventanas estaban relucientes al igual que el suelo de duela. Había una chimenea encendida, dando al lugar un ambiente cálido y acogedor. Había lámparas y objetos extraños fabricados de oro en diferentes lugares.
Dejé de observar cuando escuché unos pasos que se dirigían hasta aquí. Contuve la respiración y esperé con calma. Agustín apareció y entró, cruzando el arco que separaba la estancia con el resto del lugar. Llevaba una camisa blanca con las mangas recogidas a la altura de los codos, unos vaqueros oscuros y unas botas militares oscuras.
Nuestros ojos se encontraron y un mar de emociones pasaron como destellos por mi cuerpo. No había mentido cuando dijo que lo vería en mis sueños.
Se recargó en la pared más cercana y me miró de arriba a abajo. Con el corazón acelerado, me senté en el sofá, controlando el temblor que sentía en las piernas.
—Me gusta tu vestido —su voz era tan vibrante que sentí un cosquilleo en el estómago.
—Gracias. No sé de dónde salió —desvié la mirada, concentrándome en el fuego centellante de la chimenea.
—Me temo que es por mi culpa —lo escuché decir con cierta timidez.
Lo miré confundida.
—¿Qué quieres decir?
—Te imaginé en ese vestido, y es por eso que lo llevas puesto —sonrió en modo de disculpa.
—No lo entiendo.
Suspiró y se sentó en a mi lado. Traté de guardar compostura por sentirlo tan cerca.
—Es algún tipo de conjuro, es complicado —se rascó la barbilla y luego se volvió hacia a mí—. Quería decirte algo importante: Necesito que te alejes de Jorge.
Fruncí el ceño.
—¿Qué? ¿ahora me vas a decir con quién puedo relacionarme o no?
—Él no es una buena persona —su voz se volvió seria.
Reí sin humor.
—¿Y tú lo eres?
—Esto no se trata de mí —sacudió la cabeza.
—Aún así, eres el menos indicado en decidir si alguien es buena persona o no. Además, ni siquiera lo conoces —Jorge no me ha dado razones para dudar de él.
—Sí, lo conozco —dijo con amargura.
Inmediatamente recordé cuando vi a Agustín y a Ruggero hablar con él.
—No hay manera que lo conozcas, Jorge se mudó aquí hace un par de semanas.
—Eso fue lo que te dijo —reprendió, mirándome molesto.
Resoplé y me levanté del sofá. Era el colmo. Hablar sobre esto en mi sueño era algo innecesario.
—Creo que es suficiente. Quiero salir de aquí —me abracé a mi misma mientras Agustín se ponía de pie.
—Es por tu seguridad, Caro —apretó los puños a sus costados.
—No tienes por qué preocuparte por mí —sentí un hormigueo en el pecho al pensar que Agustín podría preocuparse por mi bienestar.
—Pero lo hago —sus ojos me miraron con intensidad.
El calor me invadió en el cuerpo como si estuviera quemándome dentro de la chimenea. Lo miré sorprendida por su sutileza. Se acercó y su pulgar viajó hasta mi labio inferior. Lo acarició y me sentí presa de toque suave. Cerró los ojos, y en menos de un segundo, bajó el brazo.
En eso, el fuego de la chimenea se elevó con brusquedad y Agustín abrió los ojos, apartándose de mí. Respiré en pausas, sintiendo el rastro invisible que había dejado su caricia. Comencé a ver borroso al mismo tiempo que escuchaba una voz a lo lejos. Miré a Agustín, quien iba desapareciendo poco a poco y el entorno se formó en un remolino confuso hasta que se convirtió en un vacío oscuro.
Mis párpados se abrieron pesadamente. La luz del sol entraba a través de ventana, causando un resplandor doloroso a mis pupilas.
—Tienes quince minutos si no llegaremos tarde a la universidad —reconocí la voz de Michael al otro lado de la puerta.
Siguió tocando con insistencia, y con la voz ronca del sueño, le dije que lo había escuchado. Una vez que sus pasos se alejaron, miré la habitación. Había tenido un sueño, pero uno real. Me senté sobre la cama, e inconscientemente, me toqué el labio inferior.
ESTÁS LEYENDO
atracción mortal; aguslina
Roman pour AdolescentsLas apariencias engañan. Historia Adaptada. Todos los derechos reservados a su autora original @kendymadness