Capítulo 30.

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La harley se deslizó a un lado de la carretera y se detuvo en el borde de la acera. Frente a mí, estaba la mansión de Agustín, haciéndome sentir intimidada y nerviosa de nuevo. Él había llegado a casa minutos antes de la siete, justo cuando había terminado de arreglarme. Pensé que haría su aparición entrando por la ventana, pero en vez de eso, tocó la puerta principal sin miedo a enfrentar a mi hermano.

Cuando estuve a punto de abrirle, Michael ya se había adelantado y lo fulminaba con la mirada a cada momento. Afortunadamente, no impidió que me fuera con él a pesar de unas cuantas advertencias que mencionó, y antes de que Agustín lo provocara, salí de la casa.

Bajé de la moto y caminé unos pasos, abrazándome a mí misma, mirando el cielo oscuro que comenzaba a relampaguear. Agustín no había dicho nada durante el trayecto sobre la información que tenía, por lo que me mantuve intrigada y emocionada al mismo tiempo. Desde mi espalda, percibí sus pasos sobre el asfalto hasta que logré sentir el calor de su cuerpo.

Mirando sobre mi hombro, levanté la vista y lo encontré mirándome, con una media sonrisa.

—Yo también los extraño —dije, refiriéndome al contenido en Griego que había traducido del mensaje.

Un destello oscureció sus ojos, mirándome con intensidad. Dejó de sonreír y fue inclinándose a mi rostro, su respiración combinándose con la mía y me giré, acercando mis labios a los suyos.

El beso fue suave, con ritmos lentos y sincronizados. Sentí el aleteo en mi estómago, creando sensaciones exquisitas ante la textura de sus labios que parecían haber sido hechos a la medida sobre los míos.

Se sentía como si lo estuviera besando por primera vez, pero tal vez se sentía de esa manera por la forma intensa que me hacía estremecer su toque. El beso se profundizó y su lengua entró a mi boca, encontrando la mía por unos segundos antes que un ruido sonoro que provenía del cielo nos separara.

—Será mejor que entremos —dijo, luego de que unos pequeños rayos iluminaran las nubes cerradas.

Asentí y nos introducimos a la enorme mansión. Ésta seguía reluciente y elegante, como la última vez que estuve aquí.

Me llevó a la estancia y tomé asiento en el sofá de cuero color negro, dejando caer las manos en mi regazo.

—¿Quieres algo de tomar? —ofreció, amablemente.

—No, gracias —respondí, mostrando una leve sonrisa.

Luego de que volviera de la cocina, se sentó frente a mí, dejando su bebida en la mesita del centro y descansó sus brazos en las rodillas flexionadas, dispuesto a decirme lo que había investigado.

—Ésta mañana fui al pueblo que está a unas horas de aquí. En ese lugar vive una persona que conozco, Julián, él me ayudó a aprender diferentes cosas sobre la hechicería. Fue mi maestro cuando requerí el poder de las habilidades que ahora tengo y le conté sobre tu embrujo. Estuvimos hablando toda la mañana sobre eso, buscando una solución y al posible responsable. También le comenté sobre tus pesadillas y le pregunté si había una manera para que dejaras de tenerlas. Me entregó un libro que, según él, tenía información sobre la magia negra y que era una copia única. El idioma estaba en sueco, por lo que pasé horas traduciendo y anotando los puntos relevantes.

Se levantó, dirigiéndose a la habitación contigua y luego regresó, sujetando varios pergaminos en sus manos.

—¿Qué fue lo que encontraste? —pregunté, cuando volvió a su lugar.

Extendió los pergaminos, permitiéndome observar lo que tenía escrito. Me decepcioné cuando las palabras estaban en Griego. Se percató de mi expresión e hizo una mueca.

atracción mortal; aguslinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora