Capítulo 20.

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El dolor de cabeza aumentó. La causa de ello era por las preguntas y regaños constantes de Michael. Al momento en que llegamos a casa comenzó a hablar mientras yo lo escuchaba como una hija castigada en el sofá. Mis palabras de «no me hicieron daño» no lo convencieron por completo. Seguía mirándome con enojo y preocupación. No podía contarle sobre la alucinación o las pesadillas que había estado teniendo. Hacía lo posible para encontrar una razón en ello, pero perdía el enfoque cada vez que continuaba con sus sermones. 

—Mike, es suficiente —dije, masajeándome las sienes con los dedos—. Mi cabeza va a explotar si sigues hablando.

Se detuvo y se sentó en el sofá, soltando un gruñido. Karol se puso a su lado y trató de tranquilizarlo.

—No logro entender qué hacían esos dos en la habitación de Henry, y tú cerca de una cama —espetó, haciendo caso omiso de las palabras de su novia. 

No podía decirle que me había desmayado. Implicaría otro conflicto más, y estaba demasiado agotada como para escucharlo. 

—Te he dicho que no me hicieron daño, ¿cuántas veces tengo que repetirlo para que me creas? —Eran pasadas de la una y me sentía exhausta mentalmente.

—Debes confiar en tu hermana, amor. —Intervino Karol, acariciando su brazo—. Si dice que no pasó nada grave, es porque así fue. 

Él la miró, mostrando una breve sonrisa. Luego se volvió hacia a mí, y dejó salir un suspiro.

—Caro, no quiero volver a ver a Agustín o Ruggero cerca de ti. 

Me quedé mirándolo por varios segundos antes de asentir. Lo intentaría. Podría evadirlos o simplemente ignorarlos, aunque mi intento podría no funcionar. Habíamos establecido una extraña conexión. No me refería exactamente a una amistad íntima, pero había algo que nos unía y ellos lo sabían. De cualquier manera, necesitaba hablar con Agustín sobre eso. Estaba convencida de que no eran personas completamente normales. Necesitaba saber con exactitud qué eran y por qué estaban involucrados en las cosas que empezaban a sucederme. 

Una vez que logré ir a la habitación, aseguré la puerta y cogí el teléfono. Valentina y Malena me habían enviado mensajes, preguntando si me encontraba bien. Les respondí diciéndoles que se divirtieran. Valentina me avisó que Jorge había llegado hace unos minutos. Gruñí desde mis adentros por no estar ahí. Tal vez había cambiado de opinión, y nuestras especulaciones hacia él eran falsas. Malena, por otro lado, me informó que Agustín se había ido en el instante en que regresé a casa, y que Ruggero se había quedado. También recalcó que él no dejaba de mirar a Jorge con repugnancia. 

Volví a la cama y comencé a hojear un libro que Valentina me había recomendado. Llevaba leídas unas cuantas páginas cuando escuché el motor inconfundible de la Harley de Agustín. Dejando el libro en la mesita de noche, me levanté y me acerqué a la ventana. Se encontraba al otro lado de la calle. Apagó las luces y bajó de la moto. Comenzó a caminar hacia aquí, y rápidamente me miré en el espejo. Seguía vestida, pero mi rostro estaba un poco pálido. Suspiré y fui a quitarle el pestillo a la ventana. 

Luego de unos pasos entró y me miró. No pude controlar mi pulso pero parecía acostumbrarme con la reacción de su presencia. Llevaba una chaqueta negra entreabierta, dejando que una camiseta azul marino se asomara por debajo de ella. Miré los brotes de vello en su mandíbula y me contuve a querer acariciar su piel con los dedos. Fue entonces que no noté señales de golpes o moretones en su rostro. Era curioso porque Michael había logrado atacarlo.

Arqueé las cejas, alentándolo a iniciar la conversación, y exhaló, humedeciéndose los labios.

—No sé cómo empezar a decir lo que somos —dijo con cierto nerviosismo. 

atracción mortal; aguslinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora