Capítulo 33.

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La manera en la que me sentía se resumía en una palabra: impotencia. Las preocupaciones que tenía fueron reemplazadas por el temor y la angustia. Las preguntas que estaban en mi mente, no tenían respuesta y eso me frustraba.

Tenía que solucionar y aclarar todo esto cuanto antes, pero ¿cómo lo haría si estaba privada de mi libertad? Tenía miedo, podría intentar permanecer firme y segura, pero el temor sobresalía mientras lograba escuchar ecos que provenían de alguna parte.

Mis párpados se sentían pesados, como si no tuvieran la capacidad de abrirse. El dolor parloteaba por mi frente, terminando en la parte trasera de mi cabeza. El cosquilleo en la espalda se convirtió en espinas que parecían ser clavadas en mi piel una y otra vez.

Mi cuerpo temblaba y se estremecía por el frío crudo que me rodeaba. Tenía la suposición de saber en dónde me encontraba, pero no podía confirmarlo. El dolor me aprisionaba con tanta fuerza, que mis sentidos no estaban funcionando con normalidad.

Permanecí de rodillas, sintiendo el suelo rasposo por debajo. No sabía cómo había llegado hasta aquí. Mi desmayo no me lo permitió, pero lo que sí sabía, era que Jorge estaba implicado detrás del embrujo. Él debía saber quién era el responsable y también debería saber las razones.

Debido a lo que estaba viviendo, me di cuenta que todo tenía que cambiar. No iba a permitir que Jorge siguiera manipulando a mis amigas para que creyeran en su personalidad despreocupada y normal. Cuando viera a Malena y Valentina, si es que lograría verlas de nuevo, me encargaría de hablarles con la verdad sobre lo que había estado ocultando sin importarme cuáles serían sus reacciones.

Estuve soportando el dolor por lo que me pareció una eternidad. Cuando por fin pude respirar con normalidad, dejé salir un suspiro y me sentí aliviada por no seguir contando los segundos que pasaban.

Mi cuerpo parecía componerse, a pesar del aire helado que amenazaba con congelarme. Abrazándome a mi misma, y sintiendo los dedos fríos en mis brazos, abrí los ojos.

Parpadeé un par de veces, recobrando la noción del tiempo y el lugar. La caverna que aparecía en mis pesadillas anteriores, era real. Estaba aquí y ésta vez no era algo que mi imaginación había creado. El lugar existía y parecía más aterrador ahora que mi vista se había amplificado.

En eso, Jorge apareció. La persona que menos quería ver en este momento. Sonrió, como si le pareciera gracioso verme arrodillada y débil.

Entrecerré los ojos, fulminándolo con la mirada. Si tan sólo pudiera levantarme y golpearlo, lo haría.

—¿Cómo estás, Caro?

Las ganas de escupirle en la cara se volvían cada vez más tentadoras, ¿qué clase de pregunta era esa? No podía enfrentarlo, me sentía tan vulnerable. No sabía cómo seguía respirando.

—No me digas que estás molesta conmigo —continuó diciendo, tomando mi silencio como respuesta. Chasqueó la lengua y negó con la cabeza, caminando de un lado a otro—. Estaba haciéndote un favor, por lo menos deberías agradecer que sigues viva.

—¿Por qué me tienes aquí? —susurré, sintiendo la ira ardiéndome la garganta.

Resopló, dejando salir una corta risa y me miró.

—¿No tienes la mínima idea del por qué estás aquí? Eres inteligente, Carolina. Piensa un poco más a fondo —comentó con tranquilidad, disfrutando de mi agonía física.

Tenía las sospechas del por qué me encontraba en éste lugar escalofriante, pero no quería decirlas en voz alta. Ninguna de las respuestas eran agradables, todas se relacionaban con sufrimiento y dolor.

atracción mortal; aguslinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora