15. Entre pinos y Eucaliptos

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La Luna se apiado de mí y no he vuelto a tener pesadillas

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La Luna se apiado de mí y no he vuelto a tener pesadillas. Ha pasado siete días desde que Lucía volvió a la casa y nuestra relación sigue con dificultades.

Cuando mis hermanos gemelos nos vieron volver a casa aquel día, guardaron sus cosas rápidamente y se fueron con Lilly con una gran sonrisa en sus rostros, los entiendo. Debió ser complicado para ellos el tiempo sin su mujer e hijo.

En la casa, trato como puedo de hacer sentir a Lucía tranquila, pero sus contestaciones monosílabas y su prohibición de tocarla hacen que mi creatividad se ponga a trabajar sin muchas soluciones, pero no pienso darme por vencido. ¡Cómo agradezco que mis cuñadas y mi madre me ayuden un poco!, mi caperucita se encuentra muy a gusto cuando vienen ellas a casa o salen a pasear por los alrededores en días de descanso.

A las mujeres les quedaban algunos trabajos relacionados a la cosecha, pero estas ya estaban siendo guardadas para el invierno que pronto llegaría. Así que algunas de sus pocas tareas eran hacer mallas protectoras para posibles brotes tardíos, de las cuales se encargaban mujeres y algunos omegas expertos en tejidos y una que otra planta que estaría lista en épocas de frío donde las mujeres con dones en la tierra, como mi caperucita, se encargarían de trabajarlas. En relación a mis responsabilidades, habíamos terminado de cazar hace poco por lo que los alfas pasamos más tiempo en el Clan mientras los omegas terminaban de ordenar los alimentos bajo la tutela de algunos viejos alfas.

El frío comenzaba a sentirse, siendo que nuestros cuerpos están acostumbrados al frío y la tierra, debemos comenzar a usar algo más de protección, pronto los lobos comienzan a usar en sus pies zapatos de cuero y cocidos a mano por omegas y algunas mujeres tejedoras. Nuestra madre trae zapatos nuevos para mis cuñadas y para Lucía, la factura de sus zapatos era fina y con hiladas bien marcadas con algunos diseños que le gustaba hacer de manera creativa, agregando una que otra piedra de cuarzo o huesos de algún animal, posiblemente ave o de conejo, como adorno.

Lucía observa estos zapatos con asombro a lo que mi madre ríe.

— Espero que te sirvan mucho en medio del frío, mi niña— sonríe mi madre acentuando sus arrugas alrededor de sus ojos.

— ¡Son hermosos! — sonríe mi mujer de una manera natural y brillante— Nunca nadie me había dado unos de estos, salvo mi tía.

Mamá sonríe con ternura al escuchar eso y yo también.

Sin duda la tía de Lucía fue una mujer muy buena. La recuerdo con cariño ante la forma amable que era con mi esposa mientras estuvo viva. Había sido una mujer regordeta de pelo negro recogido en un moño, era estricta en algunas cosas, cariñosa y protectora siempre, fue quien le entrego el amor a las plantas a Lucía.

Mi mujer se calza sus zapatos nuevos, le quedan bien. Le servirán de mucho en los días más fríos que llegarán pronto.

El extraño tejido de Lucía sigue creciendo convirtiéndose en hilos más gruesos y resistentes. Ella continúa ese trabajo desde que volvió a la casa en su tiempo libre. Hay veces que me quedo viendo ante la forma mecánica y concentrada en que mueve sus dedos. Parece volver a la realidad cuando me aproximo y le digo que es hora de comer, haciendo que se asuste un poco ante su concentración. Ella guarda su trabajo lo más pronto posible como si temiera que se perdiera antes de aceptar la comida que le ofrezco.

El Cortejo de VelkanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora