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Me impresiona la seriedad que toman las cosas los lobos, he logrado adaptarme a sus reuniones y exhaustivas discusiones en un corto tiempo, lo que me hace llevar el ritmo de aquellos con mayor experiencia dirigiendo el Clan, sin embargo no puedo estar sin tanta energía cuando vuelvo a casa como quisiera.
A veces me imagino como lo hacía mi padre, que la Luna lo tenga en su gloria, con cinco hijos y toda esta responsabilidad. Soy uno de sus hijos, esto lo llevo en la sangre, supongo, y debo admitir que me gusta el cargo de responsabilidad que tengo, Wulf siempre dijo que ambos hacemos un lobo perfecto, porque él era la parte divertida y libre mientras yo la recatada y planificadora, hacíamos un ser perfecto juntos. Pero separados sabíamos que teníamos nuestros defectos y virtudes.
— No soy material para ser un jefe Wolfgang, lo sabes bien — me dijo mi hermano — El puesto de papá te pertenece no por ser el mayor o algo por el estilo, eres el que tiene más cualidades de eso, permíteme ayudar en la casa, proteger a nuestra florecita y a Pampin, haré que te sientas orgulloso y te esperaremos en la casa para que estes tranquilo.
Wulf podía tomar algunas cosas de manera ligera, pero comprendía lo importante que era la decisión de quien debería tomar el lugar de nuestro padre. Yo no pude negarme a lo que dijo.
— Entiendo Wulf — le hablé con sinceridad — se el mejor en la cacería y en nuestro hogar, cuidaremos de nuestra familia de la mejor forma.
La última reunión tomó más del tiempo debido, peor era requerido conversar distintas cosas, entre ellas he tenido reuniones separadas con distintos lobos y colegas de mi padre que me han ayudado a comprender algunas cosas en la administración del clan en las cuales espero ayudar en lo que pueda. Voy camino a casa y me encuentro con algunas fogatas prendidas a mi alrededor.
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Antes de entrar no escucho el ruido de Pampin: no hay balbuceos, ni risas o gritos. Tampoco la voz de Wulf. En la casa veo el fogón encendido y Lilly pelando unas papas que debió haber traído de su trabajo el día de hoy.
— Hola Wolfgang — me saluda mi mujer.
Está sentada usando sobre sus faldas un retazo de cuero viejo donde caen las cáscaras de los tubérculos pelados, lleva unas tres de esa forma de gran tamaño y en sus manos reposaba una última que estaba terminando de pelar y cortar.
