19. El lobo y la esclava

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Siento el pecho apretado, también la garganta y el estómago cuando comienzo a despertar

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Siento el pecho apretado, también la garganta y el estómago cuando comienzo a despertar. En el momento en que logro que mi vista no me sea incómoda, distingo el techo de donde sea que estoy. Me siento atontado pero pronto reconozco las maderas de mi propia casa. No sé que ha pasado, tengo un torbellino en la cabeza.

Mientras acostumbro mis ojos comienzo ha hacer memoria: la fiesta de invierno, luego en mi casa, Lucía y luego...

El corazón y el estómago se comprimen al recordar todo. Me levanto y siento un dolor indescriptible en todo mi cuerpo.

Me quejo en voz alta y descubro que no estaba solo.

— ¡Velkan!

La voz de mi madre atraviesa mis oídos antes de ver sus cansados ojos grises.

Me observa con cuidado y puedo ver algo de alivio en su rostro.

— ¿Qué pasó? — le pregunto un poco aturdido.

— Debes descansar, no estás bien — me responde— Luego preguntarás lo que desees ¡Por la Luna, estás bien! — sonríe con ganas de llorar.

— Me quiero levantar — le digo obstinadamente, aunque siento mucho dolor.

Veo alrededor mío, estábamos solos y el fogón estaba encendido. Observó la puerta y veo de manera destacada el rojo vivo de la capucha de Lucía.

Reacciono ante esta visión.

— ¿Dónde está, mamá? — le consulto— Lucía, ¿dónde está ella?

Mi madre no responde.

— ¡Mamá!— le vuelvo a hablar pero se mantiene muda.

Al no tener respuesta trato nuevamente de levantarme y mi madre busca retenerme.

— ¡Amarok! — grita haciendo que me duela la cabeza.

Mi padre llega casi al instante a la casa, debía estar afuera en la puerta por la velocidad en que llegó. Ayuda a mi madre a que me vuelva a acostar a la fuerza.

— ¡Quédate ahí! — me ordena mi padre — ¡estás muy débil todavía!

— ¿Qué ocurrió? — le insisto.

— Fausto escuchó unos ruidos fuera de lo común en tu casa cuando se devolvía a la suya — comenta mi padre — Te encontró atado y convulsionando.

Mi madre se tapa la cara, como si quisiera borrar una imagen que apareció delante de ella.

— Consiguieron estabilizarte— responde mi padre después de abrazar por la espalda a su esposa — Fausto reconoció una frasco de los que le habías dado a Lucía cuando estaba envenenada mientras venía más ayuda. Pensamos que no sobrevivirías.

Aprieta en poco la piel de mi madre, debió costarle decir eso.

Me envenenó, Lucía me envenenó anoche.

El Cortejo de VelkanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora