32. La Posada del Lobo

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El único sonido, además de la carreta, era algunos gemidos que emitía mi querida Lucero de vez en cuando, especialmente cuando las ruedas de maderas pasaban a llevar una piedra que tuviera un tamaño que produjera algún salto que nos sorprendiera

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El único sonido, además de la carreta, era algunos gemidos que emitía mi querida Lucero de vez en cuando, especialmente cuando las ruedas de maderas pasaban a llevar una piedra que tuviera un tamaño que produjera algún salto que nos sorprendiera.

— ¿Qué tan lejos está ese lugar? — pregunto luego de un tiempo.

— Un día en carreta— comenta Gabriel— Debemos mantener este paso por el camino, las ruedas podrían romperse.

— ¿Es bonito? — consulta Lucía con la niña en brazos.

— Si, es tal como te lo dije la última vez— comenta Gabriel con una sonrisa— Está en un prado abierto y cercano a un lago que abastece de agua. Adorarás el lugar, ¡podrás iniciar un huerto más grande y bonito!

Al decir esto, mi mujer sonríe.

— Será un lugar agradable para que críes a Lucero— termina de hablar Gabriel.

El camino sigue sin muchos problemas, pero hay algo que me incomoda del ambiente. Debe ser porque no estoy en mis territorios y los aromas de alrededor me perturban un poco y los ruidos que no son tan comunes al sector boscoso que recuerdo de mi casa, pero hay algo que no me gusta.

Busco calmarme, evitando pensar en alguna desgracia y apretando fuertemente el collar de mi madre.

El galopar del caballo me tranquiliza un poco, luego de que el viaje llevará más tiempo y con Lucía nos dedicamos a ver las estrellas y la Luna que ocultaba la mitad de su rostro en ese momento.

Hay algunos movimientos que nos hacen saltar un poco de la madera de la carreta. Gabriel se disculpa ante esto, comentando que hemos entrado a una parte del camino más rocoso.

— ¿Cómo va Lucero? — comenta Gabriel con cuidado.

— Durmiendo — habla Lucía algo tranquila por el estado de la niña.

Puedo ver una sonrisa en Gabriel reflejada por las dos antorchas que usábamos para alumbrar el camino.

Los movimientos y saltos se hacen más comunes hasta que el relinche fuerte del caballo nos dejaba claro que algo estaba pasando. Pronto nos sentimos empujados por algo y el ruido de las rocas y cayendo en algo se hace eco en la oscuridad de la noche.

— ¡Cuidado! — Gabriel grita buscando frenar con el caballo la caída por el suelo resbaladizo de tierra, pero es imposible.

Me asusto y escondo a Lucía y a mi hija con mi cuerpo cuando siento que habrá un choque inminente. El ruido llega como las cosas cayendo, siento como una de las maderas me golpea la espalda y la comida sale volando por todas partes, Lucía grita, despertando a nuestra cría haciéndola llorar mientras el caballo relincha esta vez de dolor.

Gabriel logra componerse y toma la única antorcha que quedaba encendida y se dirige hacia nosotros con rapidez. Su voz suena angustiada cuando nos pregunta cómo estamos. Lucero llora de miedo, pero la luz anaranjada del fuego nos muestra que está bien en los brazos de su madre.

El Cortejo de VelkanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora