30. La suerte de la nueva estrella

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Desconozco como la puerta no se rompió cuando la abrí

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Desconozco como la puerta no se rompió cuando la abrí.

Al ingresar, mi casa tenía un fuego recién encendido, trayendo el calor a mi cuerpo. Lo primero que veo es a Lilly y Rue cerca de mi cama junto a Juan quien limpiaba algo entre sus manos. Lucía yace envuelta en sábanas manchadas con los ojos cerrados y con una capa de transpiración en su piel. Sus ropas están manchadas de rojo en la zona de sus piernas.

— Lucía — le hablo cuando me acerco y toco su mejilla tibia.

No me responde. No ha abierto los ojos y su rostro no da señales de que me escuchara Entro en pánico al no tener respuesta de ella.

¿Ella no estará? ¡No!

La tomo con cuidado entre mis brazos y la muevo de manera suave, alertando a mis cuñadas.

— Lucía— le vuelvo a hablar, pero con la voz menos firme.

Y agradezco a la Luna cuando ella mueve sus párpados y esas pestañas negras. El azul profundo de su mirada aparece y me mira agotada.

Yo la beso en la frente y froto una de mis mejillas contra la suya que está acalorada y húmeda por todo lo que ha tenido que pasar.

— Está estable— la voz del anciano suena seria mientras saca nuevamente el trapo, esta vez lavado y lo pasa por las piernas de Lucía con sumo cuidado para quitar la sangre— Necesita descansar, con todo lo ocurrido no le ha sido fácil.

No, para nada. ¡Lucía se ha comportado y ha hecho una labor sorprendente en medio del caos!

—¿Y mi pequeño? — consulto— ¿Dónde está mi cachorro?

Hay silencio alrededor, nadie quiere responder hasta que escucho un quejido agudo, el de un bebé. Veo a mi madre en una esquina con un pequeño bulto envuelto, a su lado Lucas, quien debió llegar a petición de Juan y Wolfgang.

Mi madre me entrega ese bulto que se mueve ante el cambio de manos.

Con cuidado veo esa pelusita en su cabeza, aquellos ojos cerrados en son de paz y su boquita que se mueve de vez en cuando.

Era tan pequeño y perfecto, mi lindo cachorro.

Mis manos golpeadas y manchadas por la batalla no pueden evitar tocar esa mejilla tan suave y todavía oscurecida por manchones de sangre de su madre, él reacciona a esa textura y se queja con un sonido que llega a ser adorable.

Lo destapo para cerciorarme que esté bien, sin alguna herida por un parto tan riesgoso, sus bracitos pequeños están bien y su pecho también, veo sangre seca en esas partes, nada que su primer baño no pueda arreglar, sus piernas diminutas y gorditas se mueven al sentir el cambio del ambiente.

Y de pronto veo que algo no esta bien.

— ¿Madre?

Hago esa pregunta casi en un susurro y la mencionada no responde.

El Cortejo de VelkanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora