2. Primera Vista

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Cada paso que doy hasta nuestro destino me hace rememorar como fue la primera vez que vi a mi caperucita

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Cada paso que doy hasta nuestro destino me hace rememorar como fue la primera vez que vi a mi caperucita. Ha pasado tanto tiempo, pero el sentimiento se ha mantenido en mi tan fresco como si hubiera sido hace un segundo.

Recuerdo mi nerviosismo de novato aquel día en que sería la primera vez que cazaría con la manada. Joel, nuestro jefe, daba instrucciones de lo que sería el día mientras mis hermanos mayores buscaban relajarme a cada momento.

Pronto dimos con una presa, un huemul, ciervo de nuestros territorios, quien comenzó a correr despavorido por el bosque buscando escapar, sus pezuñas bailaban por la tierra de manera rápida y asustada, golpeando las hojas caídas de los árboles a pocos metros de nosotros.

En mi memoria, quedó el aroma que dejaba el huemul a su paso: el miedo vestía al animal en ese momento.

Corría lo más rápido que podía, tratando de seguir el paso de mis tres hermanos mayores, más experimentados en el trabajo que yo, por tanto un trabajo complicado al seguir el ritmo de quienes pasaban buena parte del día trabajando y corriendo de esa forma. Por mi parte me maldecía por mi falta de experiencia y mi cansancio del momento mientras trataba de seguirles el paso.

— Velkan, ¡por los árboles!— había exclamado Joel.

Le obedecí dando un salto sobre la corteza del árbol más cercano, debía trepar y moverme entre ellos para lograr encerrar a nuestra presa. La adrenalina de mi primera caza me hacía gruñir de la ansiedad, mis garras aparecían de la nada dejando marcas en las cortezas de los árboles permitiéndome tomarlas con mayor fuerza. Era tan ágil que logro, en poco tiempo, sobrepasar al ciervo por unos momentos. Estaba tan cerca de lograr mi objetivo, debía lograr ponerme ante él, pausarlo un tiempo para que mis hermanos se lanzaran sobre su cuello y le dieran el golpe final. La idea de ser parte del trabajo colectivo para alimentar al Clan estaba siendo muy emocionante.

Mi corazón inexperto se aceleró ante la cercanía con el ciervo, haciendo que una idea impulsiva apareciera ante mí: ¡quería hacerlo yo, le daría el golpe final!

Quería caer encima de su cuello, lo tumbaría para clavarle mis dientes, pero el animal consiguió verme y empujarme con sus astas, me golpeó el rostro con el pecho y caigo a la tierra.

— ¡Eres un idiota!— logre oír a Fausto, uno de mis hermanos insultarme.

Luego tengo el recuerdo de los pies sobre la tierra corriendo con fuerza, levantando las hojas secas, pasa todo tan pronto que nuevamente reina el silencio, me he quedado solo y atrás del resto de la manada.

Traté de levantarme con cuidado, me duele el cuerpo y descubro que estaba sangrando, nada grave en ese momento, pero el enojo se apodera de mi.

— ¡Maldita sea!

Mi voz resonó en un eco que se perdió entre las frondosas copas de los árboles.

Estaba solo, malherido, había fallado mi primer intento de cacería. Sentía tanta molestia conmigo mismo, ¡era un inútil!

El Cortejo de VelkanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora