31.Lo que no borró las cenizas

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Es obvio lo extrañado que debe estar Gabriel y la desesperación que debo tener para volver luego de haberle amenazado con destrozarle el cuello en nuestro último encuentro

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Es obvio lo extrañado que debe estar Gabriel y la desesperación que debo tener para volver luego de haberle amenazado con destrozarle el cuello en nuestro último encuentro. Pero en el estado en que quedaron las cosas en el Clan y con una cría tan pequeña necesitamos a alguien de confianza.

Y sí, por más que parezca extraño, yo sé que el leñador es la persona en que podemos confiar en este momento.

El tiempo que lo estudié de niño, cuando esperaba a Lucía que tuviera edad adulta para cortejarla, me lo dejó claro. Así como su preocupación cuando ella volvió al pueblo al escapar del Clan. Él hará lo que pueda por las dos mujeres de mi familia.

Me mira con una mezcla de espanto que luego cambia a una cargada de enfado por nuestro pasado, pero esta se transforma nuevamente al ver a Lucía con el bulto que es nuestra estrellita recién nacida.

Abre la puerta y hace el gesto universal de que podíamos pasar. Mira con cuidado el exterior antes de cerrar la puerta con una palanca.

La casa es pequeña y acogedora. Estamos en una sala de estar con una alfombra y cocina abierta. Sobre la alfombra, había una mesa con cuatro sillas, luego venía un oscuro pasillo con una puerta al fondo. En las murallas de madera de la sala de estar había puestas distintas herramientas que debía usar Gabriel por su trabajo.

— ¿Qué hacen aquí? — La voz de Gabriel suena descompuesta.

Lucía va hacia a él y lo abraza de sorpresa, Gabriel envuelve sus brazos con cuidado, relajando sus facciones, pero sin dejar la alerta en su mirada. Podía escuchar su corazón bombear sangre agitadamente.

— Pensé que no te volvería a ver— habla el leñador a mi esposa.

— Yo también pensé eso— responde agotada Lucía.

— Gabriel— hablo con cuidado— Lucía necesita acostarse.

Hemos salido a pocas horas del parto y me asusta que Lucía se sienta agotada luego de todo lo ocurrido, además no ha dormido lo suficiente.

— De acuerdo— asiente Gabriel.

Nos guía hasta la otra habitación, su dormitorio.

La cama tenía las frazadas y sabanas sueltas, dejando claro que Gabriel debió estar ahí antes que llegáramos.

Entre los dos nos encargamos de recostar a Lucía y poner cómoda a Lucero. Gabriel está sorprendido por la niña, pero no ha hecho preguntas todavía. Encuentra una canasta de mimbre que acondiciona como cuna para la niña dejándola durmiendo entre sábanas y un chaleco como frazada.

— ¿Estás bien? — le consulto a Lucía cuando ya está recostada.

Ella asiente.

— Bueno, ¿puedo saber qué está pasando? — consulta Gabriel con cuidado.

El Cortejo de VelkanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora