Capítulo 9

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El cálido resuello de Terry acariciándole ligeramente el oído, el olor suave y delicioso de la fragancia que desprendía tanto sus ropas como su cuerpo plus su cercanía, pusieron a Candy en un estado completamente vulnerable, habiendo comenzado, desde su llegada, con el implacable acelere de su corazón y continuando con un incontrolable temblor de piernas y labios que, entreabiertos, dejaban escapar el sonido que provocaba el castañetear de dientes que él claramente podía oír y lo hacía sonreír de manera burlona.

El leve sonidito que él emitió, consiguió que ella, por estar estática, de reojo lo mirara; y al notar la sonrisa en la cara masculina, Candy apenas giró la suya para preguntarle quedamente:

— ¿De qué te ríes?

— De lo nerviosa que estás. ¿Acaso piensas que te voy a besar?

Sí, ella lo estaba esperando; en cambio y debido a su mofa, reaccionó prontamente agresiva y lo adjetivaba de:

— ¡Idiota, presumido, ¿quién te crees que eres?! —; y lo golpeó nuevamente en el rostro y también en el pecho para alejarlo de ella. 

Sin embargo, en un rápido movimiento y no muy feliz que digamos, él la alcanzó a sujetar por las muñecas y la volvió a pegar en la pared, acercándosele y diciéndole amenazadoramente:

— ¡Con ésta, es la tercera vez que te atreves a ponerme una mano encima! ¡Y como no voy a permitírtelo más...!

Para castigarla, él se inclinó; de pronto una luz se encendió, pudiéndose ellos ver a los ojos y desistiendo uno de su cometido al escuchar a cierta distancia:

— ¿Está todo bien, Terry?

Éste, en el momento de soltarla, se enderezó para contestarle a su padre el cual, —habiendo cerrado el garaje, cruzado por el interior de la casa, salido por la puerta frontal y caminaba por el jardín—, oía:

— Sí, papá.

El joven, para no dejarla correr, la acorraló pegando la palma de su mano en la pared, y diciendo: 

— Es Candy quien nos visita.

— ¡¿Candy?! — se expresó con sorpresa. — ¿Y qué esperas, tonto, para hacerla pasar?

A la asustadiza presa dejaron en libertad conforme se decía:

— Ya se lo había ofrecido, pero...

— Buenas noches, Señor Grandchester — saludó Candy; y en el instante de verse liberada, apareció frente al hombre. Éste, sonriente, también le deseaba:

— Buenas noches, Candy. Una verdadera sorpresa tenerte aquí.

— Este... sí, bueno... es que... yo vine a...

— Cenar con nosotros, ¿te gustaría? — la invitación hubo sido pronta; pero la aceptación la hacía responder: 

— ¿No... les estaré causando molestias?

— ¡Para nada, niña! Al contrario nos encanta contar con tu presencia, ¿verdad, Terry?

Además de querer fulminarlo con la mirada, el joven sería rudo al decir:

— Como tú lo digas, padre —; y enojado pintó la retirada escuchando a sus espaldas:

— ¡Ah qué muchacho este! Hasta porque el viento que no sopla le molesta, así que te pido que disculpes las descortesías de mi hijo, Candy.

— No se preocupe, Señor Grandchester. Y lo mejor será que me vaya. Quizá soy yo quien le puso de malas y...

Se le interrumpió poniendo un gesto triste.

Tu lugar es a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora