Capítulo 2

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Sábado pintaba para ser un lindo día; y el rostro de Candy también lo reflejaba. Su sonrisa pícara daba a entender que con alguien guapo, caballeroso y tierno estaba soñando; y la almohada, el objeto más cercano, la tenía apretadamente abrazada conforme pronunciaba:

— Anthony.

Quien la escuchara, con escarnio repitió aquel nombre; pero soltó una honesta y fuerte carcajada cuando la chica... ¡la besó repetidas veces!

Por supuesto, las escandalosas risotadas bruscamente la hicieron volver a su realidad para confrontarse con su cruda pesadilla.

Debido a su media desnudez, Candy buscó las cobijas y, hasta debajo del colchón quiso meterse al corroborar su odiosa presencia.

— ¡¿Qué demonios haces aquí?!

— Viéndote dormir y oírte decir entre ronquidos... ¡Anthony!

Terry, después de la burda imitación, se dedicó a observarlo todo; y gracias a que él le dio la espalda, Candy lo aprovechó para enderezarse a buscar su bata de franela estampada de caballos rosas y usarla en lo que lo cuestionaba:

— ¡¿Quién te ha dejado entrar?!

— Tu hermana, quien por cierto me dijo que... ¿qué me dijo? — él fingió total olvido. — No lo recuerdo.

— ¡No lo dudo con ese cerebro de teflón que te cargas que ni un simple recado se te pega!

— Ahí te equivocas, niña. Y para demostrártelo te diré que estoy aquí porque tu novio me mandó. Así que apúrate — Terry ordenó ubicando un pequeño sofá, en el cual se sentaría informándole: — Iremos a desayunar con su papá.

— ¡¿El Duque ya llegó?!

— Desde anoche.

— ¡¿Y por qué Anthony no me avisó?!

— ¡Yo qué sé!

— ¡Y ahora, ¿qué me pondré?! — dijo Candy corriendo a su guardarropa, pero en el trayecto había escuchado:

— ¿A mí me preguntas? Ponte lo que sea; de todos modos, la mona aunque vista de seda...

— ¡Tarado! — lanzó la chica junto a un zapato que se atrapó y se aventó de regreso golpeando el trasero de Candy quien, después de insultar nuevamente a su visita, apareció cargando una montaña de prendas, las cuales se regaron por toda la cama al estar eligiendo las adecuadas.

Sin embargo, se falló en el cometido, más no en la búsqueda porque al no encontrar algo que le favoreciera para la ocasión, la joven corrió a la habitación de su hermana hallando de inmediato en el closet, un vestido de su entero gusto, aunque claro, llevando en la conciencia el berrinche de Annie si de pronto se enterara de su "préstamo".

Creyéndola comprensiva, Candy se regresó a su recámara, y al que aguardaba ahora viendo un poco de televisión, cuestionaba:

— ¿Qué te parece esto?

Volviendo sus ojos a ella, Terry recorrió la prenda y sería descortés al expresar:

— Los vestidos de mi abuela son más modernos que esa garra.

— ¡Oye, ¿qué te pasa?! Mi hermana apenas lo mandó a diseñar.

— Ah, ¿y serás tú quién lo venga a estrenar?

— Bueno, Annie sabrá entender que se trata de una urgencia, así que... — Candy fue hasta él para ordenarle: — ¡hazme el favor de largarte de mi cuarto para que me asee!

A puro empellón lo sacaron de allí y, Terry, como perrito por su casa, se dispuso a buscar la cocina para tomar del refrigerador algo extremadamente frío que le ayudara a cesar la fuerte resaca que llevaba horas haciéndole mella. Y como una cosa pide la otra, el joven al oler un suculento desayuno sobre la estufa, de un bajo cajón cogió una cuchara y así, parado, se dio tremendo atracón.

Tu lugar es a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora