Capítulo 39

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En los diecisiete años que llevaba de vida nunca había conocido a alguien que se preocupara tan desmedidamente por ella. Bueno, sí, sí lo había; y debía reconocer el gran esfuerzo por parte de su hermana Annie; aunque claro, de ella era su obligación el estar al pendiente, porque, además de ser su hermana mayor, era su única familia; pero de ahí afuera nadie más lo había hecho, incluso los que la hubieron echado al mundo. Por lo tanto, y mayormente serena debido a que también quería huir de su presencia, la idea de abandonar su rehabilitación entre más y más se acercaban a la casa en la montaña, se iba disipando.

Richard, habiendo padecido de todo a su lado, no se lo merecía ni tampoco el pedirle que mantuviera alejado a su hijo, el cual la perturbaba de sobremanera y que, a la vez, necesitaba urgentemente a su lado.

Y como la ingratitud y el egoísmo no los consideraba características de su persona, Candy cuando estuviera frente al hombre que le había ofrecido más que su ayuda, fingiría no había pasado nada que la hubiera puesto de malas. Lo que sí era malo era que, desde su asiento en el auto, la joven podía notar los golpes que en el rostro del hijo de aquel buen samaritano había dejado marcados y que con ceño muy fruncido se concentraba en manejar.

Terry, al espejear por el retrovisor, se topó con su insistente mirada, y le diría como si la hubiera leído:

— No te preocupes. Si no me delatas, voy a decirle que tuve una pelea con alguien más. Al fin que no se sorprenderá ya que no ha sido la primera vez.

A su disponibilidad para sobreprotegerla, Candy extendía:

— Lo siento.

— Aunque te lo acepto, no tienes nada por qué disculparte porque bien merecido lo tengo, ¿no? Sólo quiero que sepas que lo que hice, no lo hice con el afán de molestarte.

— Lo sé, y... —, ella de nuevo calló y desvió su vista hacia la ventanilla.

Y porque Terry percibió que otra palabra más no le sacaría, en lo que los dos otra vez abrazados por el mutismo terminaban de llegar a casa, allá entre llamadas telefónicas realizadas—recibidas (una que por cierto le sorprendió), reportes financieros y elaboración—envío de mensajes de correo electrónico, el padre de él y custodio de ella hubo pasado su día; y que al oír el motor que se aproximaba conforme descansaba (y en lo que ellos salían del auto) dejaría el asiento que ocupaba en la sala frente al televisor para asomarse por la puerta y darles la bienvenida.

Por supuesto, ella, —en el instante de tenerle de frente—, lo saludaría con el ya acostumbrado beso en la mejilla; pero al notar la maltratada en su unigénito al sujetársela por el mentón Richard preguntaba:

— ¿Qué te ha pasado?

— Nada sin importancia —, Terry rápidamente se deshizo de su toque y supo cómo evadirlo. — Oye, tenemos que hablar.

— ¿De qué?

Richard cerró la puerta, viéndolos caminar hacia la sala, mirando a uno y luego a la otra; y el verlos juntos y esa aura de complicidad percibida alrededor de ellos le extrañó, pero más lo que oiría:

— ¿La escuela te mandó un aviso informándote que Candy iba a presentar exámenes semestrales?

— No que yo recuerde haberlo recibido. ¿Por qué? — se inquirió. 

El menor de los Grandchester instó a la chica White a enterarlo:

— La mesa directiva y los que cubren mi beca me llamaron para decirme que para poder graduarme y seguir siendo beneficiada a mi ingreso a la universidad tenía que respondérselos.

— Pero eso no es todo —, el joven indignado como se había sentido al saberlo completaría información: — para corroborar la legalidad de sus resultados, la sometieron a la prueba de antidoping que imagino mañana no habrá excepción para presentar los otros dos.

Tu lugar es a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora