Capítulo 26

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Un nuevo baño, cada uno por su lado, volvió a tomar. Él, en cuanto hubo notificado a su padre de la partida de Candy y marchado rápidamente a su habitación a la que le prometía ¡un día! tenerla ahí; y ella, en cuanto llegó a su casa, ¡claro! que después de guardar muy bien el auto de su novio de quien al sólo recordar su último atrevimiento, ganas le daban de ir a buscarlo de nuevo. Pero...

Al ser divisado el vehículo en la cochera quedándose el de otra persona afuera, se pensó que el joven Grandchester estaba de visita en la casa de las White donde sorpresivamente sólo se encontró a la hermana menor vistiendo sus pijamas, tomando leche y un pedazo de pastel sentada en la sala y mirando un poco de televisión; y a la cual se le interrumpió de su visual programación para preguntársele:

— ¿Qué hace el auto de Terry aquí?

— Oh, yo lo traje.

— ¿Por qué?

Omitiendo la intromisión más no la manera en cómo le hablara, Candy, frunciendo el ceño, miró a quien le hubo interrogado; y un tanto irritada le contestaba:

— ¿Porque me lo prestó?

— ¿La razón?

Creyendo que se estaban tomando un derecho que todavía no le correspondía, ella decía:

— Es obvia ¿no? —, el que la transportara a su hogar.

— Sí; pero puede ser peligroso — dijo Willy mirando a Annie; y los dos escucharon la demanda de Candy:

— ¡¿Por qué?!

Un ser vilmente exagerado daba su opinión:

— ¿Qué tal... si por hacerte la maldad, lo reporta como robado?

— ¡¿Por qué él haría algo así?! — la jovencita, removiéndose en su asiento, se enfureció; e ignoraría a los llamados de su hermana para continuar diciendo: — ¡Además, el mismo Terry me lo ofreció!

— Ya te lo dije —. Lo guapo no le quitaba lo hostigoso al acompañante de Annie, el cual sentándose plácidamente en el sillón individual completaba su observación: — pero además la gente suele gastar bromas y muy pesadas, Candy.

Eso era verdad porque ella ya había sido víctima de algunas; pero aún así se rebeló al comentarle:

— ¡Te las gastarán a ti!

— ¿Tanto confías en él?

Sonriendo y en una pose altanera, la peleonera contestaba al metiche:

— Él... ha confiado en mí. Y no como otros envidiosos —, Candy se basaba en un dato anterior, aquel cuando le pidió a su cuñado su auto y se lo negara; — que no prestan sus cosas debido a la desconfianza que vive a su alrededor.

— Yo no te lo autoricé, porque no tienes licencia para conducir y podrías meterte en problemas al estar circulando sin ella.

— ¡Pues ya ves! — la chica cantó y se mostraba victoriosa : — ¡No fue así y heme aquí!

— ¡Candy, por favor! — la voz de Annie finalmente se escuchó en la sala para ordenar: — Discúlpate con Willy que lo único que está demostrando en su preocupación por ti.

— ¡Que lo haga él primero! —, Candy estaba indignadamente enojada. — ¡Por haberse atrevido a meterme la duda con respecto a las nunca malas intenciones de mi novio! Pero para que el tuyo, hermanita, ya deje de preocuparse por mí, precisamente mañana Terry me llevará a tramitarla. ¿Satisfechos?

Ninguno de los dos responsables adultos contestó, aprovechándose la imprudente adolescente de ese silencio para finalizar mirando retadoramente a su inquisidor:

Tu lugar es a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora