Capítulo 34

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El estar sobre tierra firme, después de haber estado ininterrumpidamente por los aires casi veinte horas, a cualquiera pondría de buenas a pesar de lo molido que sentía el cuerpo. Y la sonrisa en su guapo rostro, además de haber hecho bromas con respecto a cierta parte que le hubo desaparecido de tanto tiempo venir sentado con el agente aduanal que le estampara su pasaporte y le diera la bienvenida, demostraba también lo poco que le hubo importado que sus compañeros no hubieran aguardado por él ya que parecía que el juguetón carrusel sus pertenencias no tenía deseos de entregarle, pero sí a los trescientos cincuenta y cuatro pasajeros más uno, que conformaron el vuelo.

Sabiendo que nadie esperaba por su persona, el risueño jovencito se tomó su tiempo en salir. Sin embargo, su alegre gesto desapareció cuando sus ojos se toparon con una señorita la cual, habiendo contado a seis de los elementos de un equipo y calculando que todavía faltaban dos, descuidó su escondite y fue descubierta por Mark quien, continuando su camino y jalando su maleta, a la chica se acercó.

Estando frente a frente, las palabras en ambos eran difíciles de articular. Ella para preguntar por Terry y él para informar que...

La mirada de Candy lo hizo tragar el nudo que se hubo formado en su garganta; así que, como más obstáculo para hablar no había, expresaba:

— Lo siento —, ocasionando con esas dos sencillas palabras, un imparable llanto y crudos gemidos de dolor.

Abrazarla, consiguientemente de soltar sus pertenencias, hubo sido su rápida reacción, sintiendo Mark cómo el cuerpo de la chica se convulsionaba entre sus brazos, e inundándose sus ojos de lágrimas al ser traspasado su corazón por aquel amargo suplicio que entre cortada voz preguntaba:

— ¿Por qué?

Sobándole la espalda, el joven recién llegado diría:

— Terry no es de los humanos que fácilmente se detiene a dar explicaciones de lo que pasa con él. Sí, me platicó de su situación para que fuese yo quien te convenciera de venir con nosotros. Al presentarte tú conmigo, creí que ibas a lograrlo; sin embargo... desde que partimos él se apartó del grupo y durante el tour no comentaba mucho y si lo hacía era referente al asunto que nos hubo llevado allá. Al final, a todos nos sorprendió de su impuntualidad cuando tú conoces lo exagerado que es con respecto a eso que, al estar aguardando por él en el lobby del hotel se apareció únicamente para desearnos un buen regreso a casa. El tiempo y que ya estuvieran esperando por nosotros para ser llevados al aeropuerto, no dio oportunidad de preguntar nada. Inclusive al señor Hollingberry sólo le dijo que él se comunicaría con su padre para explicarle de su decisión de quedarse.

— ¿Y yo?

— Lo lamento, Candy —, Mark la apretó contra su pecho. — Lamento no tener una palabra que te responda lo que quieres oír y te haga sentir mejor.

Diciendo gracias a lo que hacía por ella, la joven se separó del buen amigo. Cegada por las lágrimas, ella lo miró, y sin ánimo de sonreírle, se dispuso a alejarse de él, el cual en pasos lentos, la siguió viéndola correr, cruzar la avenida y gritarle:

— ¡Cuidado! —, al detenerse un auto justo a centímetros de ella que sin haberse fijado se atravesó la calle y a punto estuvo de ser arrollada.

Mirando la defensa del vehículo y sintiendo el corazón mayormente desbocado debido al susto, Candy emprendió de nuevo la carrera, no prestándole atención al conductor que a su descuido, un insulto le hubo dedicado.

Aguardando por un hueco entre los carros que seguían circulando en un solo sentido, Mark — llevando sus cosas—, tampoco perdía de vista la dirección de la chica que tropezó, cayendo de bruces contra el duro concreto de camino al estacionamiento.

Tu lugar es a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora