Capítulo 11

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A pesar de haber declarado su relación con Anthony como "costumbre", Candy no negaba que su corazón había quedado herido ante la pasada desilusión, dejándolo así muy sensible y no pudiendo resistir a lo que presenciaron sus ojos.

Cerrándolos, la espectadora, para sí misma, en su interior se daba un esforzado aliento de vida, pidiendo fervientemente estar frente a una cruel alucinación, ya que él no podía hacerle eso, y menos cuando horas atrás hubo estado con ella la cual, en lo que llegaba Tom, hubo gozado y recordado a solas, ese segundo beso dado y de las maripositas que en su bajo vientre hubieron revoloteado alegremente debido a las caricias proporcionadas y que ahora las muy burlonas volaban para alejarse al no ser únicas ni mucho menos especiales como la joven ilusamente había creído.

Pasando saliva, Candy abrió los ojos para aceptar la realidad y seguir comprobándolo al verlo perderse en el lejano horizonte.

Decepcionada, la copiloto miró a su amiga. Ésta optó por decirle nada en ese momento; sólo estiró su mano para atrapar otra de temperatura helada y sudorosa y, demostrarle con un apretón sincero que ahí estaba para lo que necesitare.

Captado el apoyo que le brindaban, se reprimieron las lágrimas para poner en su rostro una sonrisa y fingir que no pasaba nada para proseguir ambas el camino en total silencio, mientras que por dentro sus pensamientos habían armado gran alboroto que sería apaciguado hasta que alguien diera una explicación a ese ininteligible comportamiento.

Por su parte, Terry, —ignaro de haber sido visto por Candy, además de tener la conciencia tranquila —, a una zona donde la mayoría de sus viviendas eran edificios de mediana altura, pero altamente caros para vivir en ellos, se dirigió. En cuestión de minutos, frente a uno de esos fue a estacionar su auto; pero antes de descender, el joven a su acompañante, —porque la veía sumamente afligida en su asiento— le preguntaba:

— ¿Te sientes mal?

Ariza no lo negaría:

— Me duele mucho la cabeza.

— Bueno, creo que es normal después de lo que ingeriste y...

— Terry... — la joven lo interrumpió para mirarle suplicante al confirmar: — Esto que me pasó quedará únicamente entre nosotros, ¿verdad?

— Por mí, no te preocupes — Grandchester sonrió para darle confianza. — No pienso decir nada a nadie más.

— Gracias — la chica volvió a compensar su ayuda y discreción, sólo que ésta vez al acariciarle el rostro.

Prestándole caso a su incomodidad, Terry se apresuró a decir:

— ¿Vamos? Karen nos espera

Inmediatamente, él se bajó del carro para ir a abrir una portezuela, extender una mano y ayudar a salir a Ariza quien desde ese instante no lo soltaría hasta que llegaron al interior del edificio, donde, en el lobby ya les aguardaba la acaudalada visitada, la cual celosamente arqueó una ceja al verlos entrar tomados de las manos y de las cuales ella se encargaría de separar al ponerse en medio de ellos dos y prestando fingida atención a la necesitada.

Amenazándolo secretamente que su favor iba a valer lo doble por lo que hubo presenciado, Karen, enterada de cual sería su función, decía:

— A partir de este momento, yo me hago cargo de ella. Así que tú... — lo miró y apuntó despectivamente para ordenarle con resentimiento: — ¡te puedes ir yendo por donde viniste!

Sabiendo que su tosco comportamiento era debido a los celos, Terry hostigó a su amiga al preguntarle:

— ¿Cuándo y cómo te pagaré el favor?

Tu lugar es a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora