Capítulo 4

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A lo lejos se escuchaban las campanadas de una iglesia católica que anunciaba a sus feligreses que la misa de las nueve de la mañana de ese domingo estaba por comenzar.

De la que yacía construida y ocupaba la mitad de espacio de una cuadra, su comunidad presbiteriana que había asistido una hora más temprano para escuchar el servicio religioso de ese día, salía animosa y se esparcía en diferentes puntos, yendo la mayoría de las gentes en busca del estacionamiento de enfrente. Otras tantas a sus respectivos vehículos, habiéndoles dejado sobre las calles que rodeaban la iglesia, y muy pocas se les veía caminando por sus banquetas.

Sobre de esas, Candy y Annie iban ya que su casa estaba muy cerca de ahí, siendo exactamente la dirección que tomaran: la forma de una escuadra donde al final de esa manzana un auto se divisaba, estando su conductor afuera y recargado en su cofre.

Porque para ella, el joven Grandchester también era sumamente guapo, Annie con gesto pícaro y bromista le dio un codazo a su hermana la cual puso una horrible cara de gruñona: primero por la pesada bulla y, segundo porque como él se había desvelado: Candy por estar pensando en Anthony y Terry por estar al cuidado de su primo quien volvió a pasarse de tragos.

Los constantes lamentos del arrepentido borracho que Grandchester hubo escuchado y aguantado por toda la noche lo hubieron puesto de muy mal humor; y ese mismo estado de ánimo se reflejaba en su cuerpo y rostro ya que Anthony, desde temprano, le había llamado para que no se olvidase de ir por su novia con la cual tenían en mente disculparse.

Cuando las hermanas estuvieron cerca de él, a los amables buenos días que Annie hubo extendido, Terry tuvo que responder, así como el informarle de su salida. 

Enterada de ello, la hermana mayor les deseó buen viaje y se retiró seguida de Candy quien antes de, explicaba a Terry el motivo de su partida:

— Entraré a cambiarme de ropas.

— ¡Y por favor no te tardes porque esto es para hoy!

La amargada oración no sorprendió para nada a la chica la cual entre dientes lo calificaría de:

— ¡Shrek!

Y en lo que ella se entretenía en el interior de su hogar cambiando un vestido por pantalón, sandalias y top, el ogro se había metido a su auto. Ahí comenzó a contar los segundos que Candy se tomaba. Calculados unos quince minutos, Terry impaciente hizo sonar el claxon.

Después de un segundo y largo pitazo, la joven con maleta en mano y por la puerta de su casa apareció, gritándole mientras descendía por los peldaños e iba hacia él:

— ¡Qué pinche escándalo! ¡¿No puedes esperarte un momento?!

— ¡Ya te esperé lo suficiente!

La ruda contestación consiguió que Candy comentara:

— ¡Sí qué vienes de malas, Grandchester!

Eso sería nada cuando mayormente él espetaba:

— ¡Qué te importa, White!

Malmodiente y malhumorado, Terry bajó el respaldo del asiento copiloto para que ella colocara en el asiento trasero sus pertenencias. Pero en el instante que la chica estuvo en el auto, éste por la esquina se le vio doblar como si una bala se hubiese disparado, oyéndose debido a eso:

— ¡Oye, bájale a tu acelere que puedes matarnos!

El áspero y rudo ¡bah! que él exclamó hizo que Candy burlona observara:

— Al parecer no fui la única que pasó una mala noche.

— ¡Cállate, ¿quieres?!

Increíblemente la joven obedecería a ese mandato y, por minutos se dedicaría a disfrutar de los paisajes a la vista. Sin embargo, se preguntaría:

Tu lugar es a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora