Un hermoso ocaso estaba pintado en el cielo; y él, parado detrás del ventanal de su habitación, era su silente espectador que, un tanto apartado de la realidad, para sí meditaba sobre los pocos minutos que le restaban de vida a los últimos rayos del astro rey que pronto se perdería en el horizonte para ir y empezar a alumbrar el otro lado del mundo: uno donde Anthony ahora viviría.
Afeitado, aseado y vistiendo una limpia bata hospitalaria, Terry, al pensar en su primo, interiormente a éste deseó bien, pero de su boca una sentencia rencorosa salía:
— Sólo espero que nunca vuelvas
... porque si lo hacía, seguro estaba que por su mano se cobraría, siendo sus razones: la injusticia cometida hacia su persona y el pensar que debido a las horas que habían transcurrido, Candy no había regresado posiblemente por estar llorando su definitiva partida.
Richard, su padre, conforme lo hubo atendido, lo puso al tanto de todo lo suscitado. Y aunque se berreó, nada se podía hacer en el presente más que seguir viviendo, quedando con ellos la esperanza de no volver a ver a quienes tanto daño les hicieron.
Obligadamente resignado, Terry siguió pasando las horas en el hospital. Más al notar que la noche se estaba acercando, ya habiéndose retirado su progenitor, —el cual aprovechando la saludable mejoría de su hijo y asuntos de trabajo fue a atender—, el joven Grandchester, sin tener más la necesidad de estar conectado al suero, por sí solo se hubo levantado; primero para visitar el baño y luego hacia la ventana donde se veía de pie y con la mirada perdida tras el cristal.
Por su parte, caminar podía ser una excelente terapia que le ayudaría a disminuir su rabia. Haciéndolo, Candy llegó hasta un área comercial. Entre librerías, tiendas de ropa, artículos de belleza, dulcerías y nevería, distrajo su persona. Y todo parecía que le estaba resultando favorablemente, pero al detenerse frente a un aparador, lo que sus ojos detectaron, increíblemente la hicieron llorar.
El caballo era su animal favorito, porque sabía que todo lo que tuviera que ver con ellos, a Terruce le gustaba; empero, Anthony secretamente prefería a los hipopótamos. Y uno similar al violeta que veía, le hubo regalado cuando fueron novios: etapa de su vida que fue imposible no echarla de menos.
Percatado su llanto nostálgico, la vendedora se acercó a ella para invitarle a pasar a la tienda. Limpiándose las lágrimas, Candy sonriente, agradecía la atención:
— Muy amable, pero sólo estoy viendo.
A pesar de la negativa, se insistía:
— Adentro tenemos más variedad de peluches.
— Lo sé, y nuevamente gracias.
— ¡Espera! —, a la chica no se le permitió correr para preguntársele: — ¿puedo hacer algo por ti?
A la desconocida castaña, Candy abrió su corazón.
— No es nada serio, sólo que... alguien me regaló algo parecido — lo apuntó; — y me trajo buenos recuerdos.
— ¿Tu novio?
— Ex. Y precisamente hoy dejó el país y no pude decirle adiós.
— ¿Le quisiste mucho?
— Sí.
— Bueno —, le alentaban el ánimo, — pues si se separaron en buenos términos quizá en un futuro pueden volver.
— No; lo dudo mucho.
— ¡Oye! Eres demasiado joven y bonita para que te desilusiones tan pronto de la vida.
— No, no es eso sino que —, recargándose en el grueso cristal se confiaba: — ya hay alguien más en mi corazón.
— Oh, entiendo, ¿entonces piensas que estás traicionándolo al pensar en el otro?
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Tu lugar es a mi lado
Fanfic(Mayo 2013) En un escenario juvenil los siempre protagonistas se confrontarán a las consecuencias de los arrebatos de su edad. ESTA HISTORIA, COMO LAS ENCONTRADAS EN MI PERFIL, SON DE TOTAL AUTORÍA. NO DE DOMINIO PÚBLICO.