Capítulo 41

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En su rostro, también podía ver la molestia. Y preguntarle si lo estaba, sería estúpido de su parte; lo mismo que cuestionarle si algo había pasado entre ellos porque seguro tampoco le contestarían.

Richard para dejarlos calmarse cada uno por su lado, a su hijo no llamó por teléfono para insistirle que regresara; y a ella la dejó ir a su habitación confiando que pronto saliera para contarle si no de lo sucedido con Terry, el cómo le hubo ido con sus exámenes. 

No obstante, el señor Grandchester al no verla aparecer en lo que fueron cinco minutos, a ella fue para checarla debido a sus inesperadas crisis. 

Y sí tenía una; pero ésta vez nada tenía que ver con la ansiedad sino su ataque era del tipo rabieta, esa que al verlo por la puerta suspendió para sonreírle y disculparse por no haberle saludado como se merecía.

El beso que le dejara en la mejilla hizo sonreír al padre el cual interesado por sus hijos, preguntaba:

— ¿Qué ha sucedido que te ha puesto tan enfadada?

— Nada — Candy agachó la cabeza. 

Richard se la levantó para querer saber:

— ¿Estás segura? ¿No quieres hablarlo conmigo?

— No, porque... se trata de tu hijo.

— A ti te considero igual; y si puedo ayudar...

— Sería un abuso de mi parte. Así que... —, ella sonrió ampliamente: — no te preocupes por nosotros. Y déjame contarte... —, Candy lo invitó a sentarse en el borde de la cama, — que los exámenes estuvieron de lo más sencillo.

— ¿En serio?

— Sí; tal vez no alcance la excelencia, pero...

— Me da gusto por ti. ¿Y sabes? Sí me alegraría festejarte con algo.

— En ese caso... quiero ir a la fiesta de graduación.

— ¿Con...?

— Mark... como habíamos quedado.

— Me parece bien. Entonces, le llamaré a Annie para que te envíe todo lo que se te compró y avisarle a tu acompañante para que venga por ti.

— Gracias, Richard —, Candy volvió a besarlo y un abrazo extra le dio.

— Bueno —, la separaron para ponerse de pie, — descansa un rato y te llamo para que vayamos a comer.

Sin saber por qué, pero sintiéndose con mejor ánimo la chica, un tanto tímida, proponía:

— ¿También podríamos ir a algún mall?

Haciéndolo sonreír de la satisfacción por el enorme progreso, Richard indagaba:

— ¿De compras?

Dinero consigo no poseía y por eso Candy contestaba:

— O sólo para ver.

Como fuera, el señor Grandchester la complacería diciendo:

— Claro que sí, hija.

Dada una caricia en su terso rostro, el padre abandonó la habitación, quedándose ella para acostarse en una cama que ya estaba arreglada precisamente por él durante el tiempo que la joven estuvo ausente.

Y en lo que Candy interiormente planeaba lo que iba a hacer en el momento de estar en el centro comercial, Richard se dirigió a su oficina para hacer tres llamadas, no recibiendo contestación de dos de ellas porque Terry, cerca de la ciudad, en el teléfono mantenía conversación con Mark quien le reclamaba el que no llegaran cuando hubo apresurado su trabajo para atenderles.

Tu lugar es a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora