Capítulo 30

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La decisión que el abandonado Terruce Grandchester hubo tomado ya lo llevaba en dirección al antro. Hacer confesar a la graciosa aquella porque efectivamente no la conocía, a como fuera lugar debía, al llevar esa idea en mente y... ¡ay de aquél que estuviera detrás! porque realmente iba a lamentarlo, no sólo por el hecho de haber sido botado sino por el golpe recibido, las humillaciones de las que hubo sido víctima y la noche que con su novia le estropearon que era lo que más coraje le había dado ¡caray! Sin embargo...

— ¡Terry! — alguien nuevamente gritó su nombre; y se atendió al llamado cuando el encargado de la entrada de la extravagante discoteca estaba a punto de darle un acceso.

Reconocido el auto momentáneamente estacionado en la avenida y la persona que en la ventanilla se asomó, Grandchester esbozó una sonrisa y regresó sus pasos hacia su amigo:

— ¡Mike!

Ellos dos estrecharon manos; y al que controlaba el volante extendió su puño nombrándolo:

— Charlie.

... quien le preguntaba lo obvio al quedar Terry muy cerca:

— ¿Vas para adentro?

— Eso tenía pensado

Michael observaría:

— ¿Y lo harás solo?

— Venía Candy conmigo, pero... —, Terry optó por no dar explícitas razones a la pelea que la hizo correr. — ¿Ustedes van a pasar?

Dos cabezas se negaron y una boca se disculpaba:

— Estos lugares no son nuestros rumbos —, refiriéndose a la venta de la droga que precisamente llevaban consigo; — y si nos ven merodeando por estas calles, aunque estemos haciendo nada, la podríamos pasar mal.

— Entonces, ¿qué hacen por aquí?

Los ocupantes del carro se miraron entre ellos y el que estaba más próximo, confiaba:

— Desde que salimos de los bolos, la policía venía detrás de nosotros y Charlie supo cómo esquivarlos. Luego te vimos y... ¿piensas quedarte? —; porque ellos debían irse pronto al oír a los lejos el sonido de una sirena policíaca.

— ¿Adónde van ustedes?

— Hacia el norte. Exactamente a la comunidad mexicana

— ¿De negocios? — Terry hubo inquirido; y se le informaba:

— ... y para pasar un buen rato. Montaron una feria, y su organizador nos invitó a participar en el palenque para... apostar —, unos dedos se jugaron monetariamente.

— ¿A qué?

— ¿Pelea de gallos?

— ¿Y eso es divertido? —; porque de lo ilegal era conocedor, además, sus bellos ojos índigos nunca habían presenciado espectáculo parecido del que dijeron:

— Si no lo presencias, no lo sabrás. ¿Qué dices? —. Se extendería una invitación a unírseles: — ¿Vienes con nosotros?

Instantáneamente, el joven Grandchester irguió su cuerpo; y mirando hacia el antro lo pensó con brevedad; luego, decidido, respondía:

— Pido mi auto y los sigo.

— ¡Esa voz nos agrada! — celebró Michael viendo a su amigo dirigirse al valet parking. 

Y en lo que el empleado traía el vehículo solicitado, Terry tomó su celular y marcó un número telefónico.

Candy, en el asiento trasero del taxi que le llevaba a casa, enjugaba sus lágrimas frustradas y molestas. Oyendo el timbrar de su móvil, abrió su bonita cartera y lo sacó. Por instantes, los mismos que duró sonando el celular, lo miró con detención. Identificado quien le llamaba, hesitó en responderle. Y de hacerlo, lo primero que iba a decirle era que lo lamentaba mucho ya que en lo poco que llevaba de viaje hubo comprendido que debió haberle dado una oportunidad a explicarse. Empero, y de sólo recordar a aquella joven en el momento que le tocó "aquello" que apenas unos días se había convertido en suyo, la volvió a llenar de rabia, celos y dudas con respecto al pasado comportamiento de su novio que, al no ser atendido, dejó de molestarla para seguir a sus amigos y divertirse de lo más lindo en ese nuevo mundo clandestino al que sería introducido.

Tu lugar es a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora