Capítulo 21

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Encerrada en el baño y al estar frente al espejo, éste reflejaba el gesto compungido de Candy quien, sujetada con una mano en el lavabo, con la otra se presionaba fuertemente su virginal femineidad para hacerse desaparecer la excitante incomodidad de su cuerpo. A su adolescente edad, era fácil recurrir al autoerotismo; sin embargo, ella y al tener novio por cierto muy guapo, quería el modo normal de sentir el placer sexual. No obstante, frustrada y molesta consigo misma, la joven comenzó a llorar, apagando así y poco a poco toda ardiente sensación que por dentro empezaba a quemarle. Entregarse a él siempre estuvo en su húmedo sueño; pero ahora, al ser conocedora que por ella todavía no había verdaderos sentimientos, la situación vino a cambiar.

Con dos de sus dedos y mirando su reflejo, la joven retiró las lágrimas de su entristecida cara; y aunque su alma también lo estaba, después de mojarse el rostro con agua, al secarse con la toalla, esbozó la mejor de sus sonrisas. Luego, y en lo que ella iba a ocupar el toliet, afuera y contando mentalmente, Terry iba y venía con lentitud en un estrecho pasillo de la habitación.

A pesar de sus dieciocho años de vida, el joven ya había aprendido a cómo controlar sus instintos pasionales. Hasta días pasados, Karen fue de mucha ayuda; y pese a que se la hubo pasado muy bien con ella, el sonrojo, el nerviosismo e inexperiencia de su novia, lo alteraba demasiado pronto. 

Pero, en su caso y aún sabiendo que entre ellos, solamente besos y caricias inocentes compartieron, el recuerdo del primo Anthony, sumando el rencor que personalmente le tenía, colaboró para aplacar su ánimo libidinoso. 

Dominado, Terruce divisó la bolsa sobre la silla; y a los libros que adentro habían, se dirigió. Tomando otro de la autoría de Shakespeare, fue a la cama y ahí se sentó, concentrando su vista en la lectura de la tragedia del moro de Venecia.

Leyendo lo encuentra la enfermera Jane que, sin interrumpirlo, acomoda la bandeja de comida, autorizada por el nutriólogo, frente a él. Dejando momentáneamente su libro, el joven paciente agradeció la atención, plus el apetecible menú.

Sonriente, la empleada emprendió su retirada deseándole a él y a la chica la cual finalmente salía del baño, bonita noche. Devuelto el saludo y quedándose a solas, Candy se dirigió al muchacho quien preguntaba:

— ¿Está todo bien?

Sentándose a su lado, ella respondía:

— Sí —. Y evitando mirarse, diría: — Se ve bien —, por supuesto se referían a la asada carne blanca que yacía sobre una diversa cama de verduras, cóctel de frutas y jugo.

Estando de acuerdo al compararlo con la insípida sopa de papa y dos duros pedazos de pan que anteriormente le hubieron llevado, él, amable, ofrecería:

— ¿Quieres que lo compartamos?

— No — dijo Candy, levantándose para caminar en dirección a su bolso y diciendo: — Más tarde iré al comedor.

La extraña y seria actitud de ella consiguió una nueva cuestión:

— ¿Qué sucede, Candy?

Un tanto apagada, la chica contestaba:

— Nada.

Mayormente intrigado, él insistía:

— ¿Estás segura?

— Sí —. Recordando, la sonrisa practicada en el baño salió a relucir al momento de mirarle fugazmente y ordenarle: — Come, que tu comida se va a enfriar —; y para demostrarle que todo seguía normal, la joven sugería: — ¿Te gustaría escuchar un poco de música para amenizar tu cena? —. De su bolsa, ella sacaría el celular.

Tu lugar es a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora