Era el primer día de clases, y el radiante sol ya alumbraba la secundaria Londinense, siendo las ocho de la mañana.
Todos ya llegaban, unos alegres, otros conversando, otros en grupos, otros con cara de «mataré-a-todos», las infaltables chicas que usaban el corto de falda como cinturón. Mejor conocidas como las perras. Y ella. Meiran Swan. Una chica que no sobresaltaba para nada aquí, pero que sí era conocida, en el sentido que era la tildada como bicho raro, tan sólo por ser callada y no usar la falda cinturón, teniéndola un centímetro arriba de las rodillas. No era voluptuosa, copa B, sin embargo, poseía una belleza que nadie era capaz de descubrir sólo por ser ignorada. Hermosa nívea piel, grandes ojos chocolate, largas pestañas como un abanico. Era su segundo año acá, después de cambiarse tres veces en distintas escuelas por algo simple; mudanza. Pero no le importaba. Lo normal en historias sería; sufrimiento, dejar a todos tus amigos, odiar a tus padres por el brusco caso, ser la nueva en una escuela pero ya ser popular y poseer diez pretendientes. Pero no. Meiran no tenía amigos, no los necesitaba, odiaba a la gente. Su amiga era la Soledad, y estaba acostumbrada a ella... Hace dieciséis años. Y sí, dieciséis años perdidos.
Meiran subió al segundo piso de la escuela, donde encontró su respectivo salón; 2-B. Entró y se percató de que nadie de sus treinta compañeros llegaba aún, para su suerte; su bendita suerte. Ya que no era agradable entrar al salón y escuchar qué dicen sobre ti –Aún si eres Meiran Smith–, así que, era mejor no escuchar los ya monótonos y pocos originales insultos y burlas.
Dejó sus cosas en el penúltimo puesto de la fila ubicada al lado de la ventana; amaba esa vista. Esa vista que le daba acceso a qué sucedía por esas calles con árboles. Mas aún, con esa vista, se le era imposible decifrar cómo llegó a ser tan odiada sin razones. Pero recordó. Todo empezó en primer año, cuando tenía sólo cortos seis, inocentes y dulces años.
Era ya el segundo semestre del primer año, y todos los pequeños se encontraron con la triste noticia... El conejo blanco de la clase había muerto, siendo encontrado con un trozo de chocolate en la jaula. Habían tres sospechosas; pero todas indicaban como culpable a sólo una, decían que era Meiran.
—Meiran ha sido.—Sentenció una pequeña ojiazul—Ella le ha dado el chocolate a Bunnie.
—¿Cómo sabes eso?—Preguntó la profesora, mirándola.
—Ella ha dicho que ha querido darle de probar algo rico a Bunnie.
—Entonces sólo ha sido un accidente, ¿No, Meiran?
Meiran asintió sollozando. ¿Cómo una niña de seis años podía haber hecho maligno con intención?, los niños ha esa edad no tienen conciencia de lo que hacen. Pero sí tienen otra cosa; rencor inmaduro, y verdadero amor por los animales.
—Ha sido con intención.—Sentenció la niña de ojos zafiro.
—No digas esas cosas, Susana. Ha sido un pequeño accidente. Bunnie estará bien en el cielo de los animales, ¿No crees?
—No, profesora. ¡La odiaremos siempre!, ¡Siempre!
Y así fue, aquél curso no olvidó lo sucedido. Dándole como castigo el odio y la soledad, o más bien, la conocida “Ley del hielo” durante años. Y como resultado, estos inútiles castigos convirtieron a Meiran en una persona insegura, tímida, antisocial y rencorosa. Para ella, toda la gente era igual. La gente sólo te utilizaba cuando les conviene, y después te deshechan como basura. Simple basura. Por eso, Meiran no necesitaba, ni quería amigos en su vida.
A la sala habían llegado dos chicas, aquéllas que se maquillaban hasta las orejas, por no decir otro lugar. Sus delineados ojos miraban con burla a Meiran, como siempre sintiéndose más que ella. Sonrieron con cinismo y se acercaron a la chica; que permanecía callada como siempre.
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Dos Palabras | HS.
FanfictionMei, es una chica tranquila y modesta, tiene 16 años, pero ha gastado sus años de instituto sin hacer amistad o conseguir un novio debido a un incidente de niñez que le hizo llegar a pensar que aquella gente la traicionaría en cualquier momento. Cua...