Capítulo Trece

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Las horas habían pasado tan lentamente que para Gretchel fueron una tortura; entre la presión de Marvin por una nueva canción, y los exhaustos preparativos para sus siguientes presentaciones, para ella era un alivio el estar fuera de Blue Récords por primera vez en el día.

A parte de eso, estaba esa extraña tensión que emanaba de cada uno desde la entrevista con Jazzy días atrás. Gretchel se había sentido como un insignificante insecto bajo una gran lupa. La gente quería saber sobre la verdad detrás de los rumores, y eso fue lo que hicieron; hablar con sinceridad. Aún así, una espina se insertó muy dentro de ella al Owen desmentir su posible relación, y cualquier indicio de ella.

En todos sus años de secundaria, Gretchel siempre había tenido al menos un chico al que tuvo que rechazar. Ahora que fue Owen quien lo hizo, Gretchel sentía más vergüenza que tristeza por creer que algo iba a surgir entre ellos luego de aquel beso; como siempre, su corazón le hacía creer en falsas esperanzas para luego hacerlas añicos frente a sus ojos.

Era doloroso ver a Owen o siquiera estar cerca de él. Evitarse el uno al otro y seguir adelante con sus vidas se había tornado en un arduo desafío. El problema era que la memoria del beso se hacía más real por las noches, cuando la soledad tocaba a su puerta.

En casos como estos, Gretchel recurría a su hermana por un buen consejo como siempre había hecho. A pesar de que Grace fuera menor por seis años, sabía muchas más cosas que Gretchel, y eso la hacía más sabia; por algo era romántica empedernida de la literatura y poesía.

No obstante, no había forma de contactarla. Desde que ambas hermanas habían discutido, Grace no le había devuelto sus llamadas ni mensajes. Sabía que estaba defendiendo su orgullo como siempre lo hacía; pero Gretchel deseaba que algo en ella se conmoviera y le hiciera coger alguna de sus llamadas.

Al poner un pie en su casa, no había nadie que estuviera despierto; densa oscuridad se extendía frente a ella, y un extraño silencio rondaba alrededor.

Dejó su bolso en el sofá y sus zapatos al borde de la alfombra. Su abuela estaba obsesionada con la cultura asiática e intentaba copiar cuántas costumbres pudiera. Pasó por el pasillo y puerta del sótano hasta entrar a la cocina por un vaso de agua. Lo que no se esperaba era lo que encontró dentro:

La mesa estaba iluminada por las velas del pastel de zanahoria que su abuela le había preparado. Detrás se encontraba su sonriente abuela; dos pelirrojas se apoyaban de cada lado de su hombro con la misma sonrisa en sus labios. Grace y Holly, su madre.

—¿Qué...

—¡Feliz cumpleaños, Gretch! —dijeron las tres en unísono.

Gretchel pretendió haberlo olvidado los últimos días y evitó hablar del tema con su abuela. No era algo que le agradara mucho; pero el ver a las tres mujeres más importantes en su vida cambiaba su modo de pensar al respecto.

Una gran sonrisa se desplegó en sus labios. No tardó en acercarse a donde estaban y envolverlas en un abrazo. Lágrimas de felicidad corrían por sus mejillas; parecía todo un manojo de nervios a punto de deshacerse.

—Gretch, cálmate —llamó su hermana haciendo círculos en su espalda—. No llores, sabes que odio cuando haces eso.

Gretchel rio y se separó de ellas. Su abuela retenía sus lágrimas y tenía sus mejillas tan rojizas como ella. En el rostro de su madre surcaban dos caudales que terminaban en su quijada. Grace era la única de las tres que no lloraba; mantenía una espléndida sonrisa en su rostro como acostumbraba a hacer.

—¿C-cuándo? ¿C-cómo? —tartamudeó Gretchel.

—No podía perderme el cumpleaños de mi hija —habló, un poco más calmada, Holly.

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