Capítulo 11

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Aquella no había clase pero Lucía se levanto a la misma hora de siempre para ir a la pradera.

Desde que descubrió ese lugar, se había enamorado completamente. No había ningún ruido que no fuera el de los pájaros, el viento meneando aquellos magníficos árboles, el río o cualquier otro sonido de la naturaleza.

Lucía se levantó alegre de la cama y preparó una mochila en la que metió su cuaderno de dibujo, un estuche, su mp4 y un libro que estaba leyendo.

Después de vestirse y preparar la mochila, Lucía bajó a la cocina y tomó un desayuno rápido. Todos estaban dormidos aun, así que, sin hacer mucho ruido, salió a los establos, preparó a Diablo y trotó hacia la pradera.

Al llegar a su destino, el viento fresco golpeo su cara. No había nadie. Los chicos no solían ir a estas horas y aun que hoy lo hicieran, ella prefería mantenerse al margen ya que ellos estaban siempre ocupados con sus problemas y no tenían mucho tiempo de hacer migas con ella. Prácticamente no los conocía, sabía sus nombres y poco más; pero eso hoy le daba igual, ya les iría conociendo, ahora sólo quería sentarse en la hierba a relajarse y a pensar sobre algunos asuntos suyos.

Pasó por debajo de la casa del árbol y se introdujo en el bosque, después, siguió un poco más en busca de la orilla del riachuelo y allí liberó a Diablo de sus arreos, el cual trotó por la hierba y se paró a pastar tranquilamente.

Lucía se sentó en la hierba, se hizo un moño improvisado con uno de los lápices de su estuche y sacó su cuaderno de dibujo para plasmar en el papel la belleza de Diablo. Estaba muy concentrada dibujando al equino con mucho cuidado y ,mientras, la suave brisa de la pradera movía ligeramente aquel mechón de pelo que se había salido de su moño improvisado.

Estuvo poco más de una hora y al fin terminó de dibujar a su querido Diablo. Se sentía orgullosa, le había quedado bastante bien. Dibujar la relajaba y hacía que olvidara todo por un momento.

Guardó su cuaderno y su estuche y se puso a pensar. Llevaba días ignorando los mensajes de Marco y ya no podría seguir haciéndolo. No conseguía sacarle de su cabeza.

Aquel chico había sido su mejor amigo desde la infancia pero en realidad su relación era más que eso ya que cuando fueron creciendo, comenzaron a quererse y no precisamente como amigos. Unos meses antes de que ella se mudara, habían estado a punto de ser pareja, como ya había ocurrido en una ocasión, pero Marco no tenía las cosas tan claras como Lucía y él nunca se atrevía a confesar sinceramente sus sentimientos hacia ella. Ese motivo traía a Lucía de cabeza y de ninguna manera conseguía comprenderlo. Las cosas empeoraron más cuando ella estaba a punto de marcharse, cuando Marco se enteró por un amigo de que Lucía se iría en breve, pero él no se dignó a ir y despedirla, cosa que hizo que Lucía entristeciera más aun. Pero, por otra parte, ella tampoco le dijo que se iría así que ¿quién tenía la culpa realmente?

Ambos eran igual de orgullosos.

Justo entonces, Lucía pudo escuchar el repiqueteo de unos cascos sobre la hierba. El ruido de aquel trote se aproximaba rápidamente pero no distinguía muy bien el caballo ni tampoco el o la jinete hasta que por fin, estuvo lo suficiente cerca como para que pudiera ver a Quimera, la yegua de Blanca.

En efecto, era Blanca, la cual se acercó a ella y se bajó de su yegua para saludar.

-Hola Lu - saludó con una sonrisa.

-Hola Blanca, siéntate-ofreció la chica.

Blanca obedeció y se sentó a su lado.

-¿Cómo me has visto aquí?

El septiembre que nos sobra y el agosto que nos falta © TERMINADA | EN EDICIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora