Capítulo 19

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Al amanecer del día siguiente, Bruno se levantó casi sin fuerzas para ir a trabajar.

Odiaba las mañanas, ya que el bar donde trabajaba se llenaba de gente que iba allí a tomar un café a media mañana con sus compañeros de trabajo.

La mayoría eran oficinistas y puestos de ese tipo que charlaban allí con sus caros atuendos manteniendo conversaciones llenas de risas.

Era entonces cuando Bruno se daba cuenta una vez más de que su vida era lamentable.

Tenía diecinueve años y no se había sacado ningunos estudios. Además era huérfano y vivía con su abuela, la cual cobraba una escasa pensión que a duras penas les daba para pasar el mes. Tenía un trabajo como camarero en el cual no paraba de trabajar durante todo el día por un sueldo que no daba para mucho. Y, para rematar, se veía solo. Tenía unos enemigos que no le dejaban vivir en paz y sus actuales amigos eran todos menores que él, lo cual hacía que no le pudieran ayudar mucho. Estaban todos ocupados con sus estudios, sus hermanos, sus padres, sus vidas...Ojala él hubiera tenido esa suerte.

Tenían una vida sin complicaciones la cual les permitía estudiar. Además, tenían una familia completa, con sus padres y sus hermanos...

Aun que a Bruno le hubiera gustado tener hermanos, se conformaría con que sus padres estuvieran aún con él. Siempre había vivido feliz junto a ellos, incluso sacaba notas excelentes, hasta que un día la mala suerte quiso cebarse con él.

Cada mañana le pesaba un poco más esa bandeja llena de cafés que desprendían un exquisito aroma, por no hablar del olor a tostadas recién hechas. Bruno tenía que aguantar el hambre hasta el medio día, cuando descansaba para comer. En su casa la comida escaseaba tanto como el dinero. Él joven hacía solo dos comidas al día, una a las dos de la tarde y otra cuando llegaba por la noche de trabajar. No tenía apenas fuerzas para trabajar los primeros días, pero poco a poco su cuerpo se iría acostumbrando.

Mientras Bruno caminaba hacía el bar disfrutando de aquella fresca mañana, Ángela acababa de despertar con la alarma de su despertador.

La chica se aseó, se vistió y bajó a desayunar.

Mientras bajaba por la escalera ya podía oler el apetitoso aroma del desayuno que, cada mañana, su padre preparaba con cariño para ella y Érica.

-Buenos días papá -Saludó Ángela cariñosamente a su padre.

-Buenos días Ángela -dijo el padre dándola un beso a su hija.

-Huele que alimenta.

-Sí ¿Verdad? -Sonrió Sergio, el padre de las niñas.

Ángela ayudó a su padre a poner las tazas en la mesa y a preparar las tostadas.

Ya estaba todo listo cuando por fin Érica bajó de la planta de arriba con cara de sueño y soltando un gran bostezo.

-Buenos días -dijeron ambos casi al unísono.

-Ya creíamos que te habías dormido -dijo su hermana.

El padre se acercó a la niña y la dio un beso.

Los tres se sentaron en la mesa a desayunar y, al terminar, todos colaboraron para quitar la mesa deprisa. Después fueron a lavarse los dientes mientras bromeaban y reían.

Al fin, las dos niñas salieron de casa y se montaron en él coche con su padre, donde fueron todo el trayecto charlando.

Aquella familia también había tenido que superar una gran desgracia cuando perdieron a María, la madre de Ángela y Érica. Pero a pesar de eso, ellos se unieron más que nunca y salieron adelante juntos. Era una familia muy feliz, dentro de lo que cabía.

El septiembre que nos sobra y el agosto que nos falta © TERMINADA | EN EDICIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora