Prólogo.

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P.O.V Christian Grey.



Fueron exactamente cuatro los momentos que definieron mi vida.

Este fue el primero.

Blossom Grove, Georgia.

Estados Unidos de América.

Cinco años de edad.

—¡Jeg vil dra! Nå! Jeg vil reise hjem igjen! —grité tan fuerte como pude, diciéndole a mi mamma que quería irme, ¡ahora! ¡Quería volver a casa!

—No vamos a volver a casa, Christian. Y no nos vamos. Este es nuestro hogar ahora —replicó en inglés. Se agachó y me miró directamente a los ojos—.Christian —dijo suavemente—. Sé que no querías dejar Oslo, pero tu papá consiguió un nuevo empleo aquí, en Georgia. —Su mano se deslizó arriba y abajo por mi brazo, pero eso no me hizo sentir mejor.

No quería estar en este lugar, en Estados Unidos.

Quería volver a casa.

—¡Slutt å snakke engelsk! —repliqué.

Odiaba hablar en inglés.

Desde que nos estableciéramos en
los Estados Unidos desde Noruega, mama y papa solo me hablaban en inglés.

Decían que tenía que practicar.

¡No quería hacerlo!

Mi mama se puso de pie y levantó una caja del suelo.

—Estamos en Estados Unidos, Christian. Aquí hablan inglés. Has hablado inglés por tanto tiempo
como has hablado noruego. Es hora de usarlo.

Me mantuve firme, mirando a mi mama mientras pasaba a mi lado hacia la casa.

Miré alrededor de la pequeña calle donde ahora vivíamos.

Había ocho casas.

Todas eran grandes, pero todas lucían diferentes.

La nuestra estaba pintada de rojo, con ventanas blancas y un pórtico enorme.

Mi habitación era grande y estaba en el piso inferior.

Pensé que eso era de algún modo genial.

Nunca antes había dormido en el primer piso; en Oslo mi habitación estaba en el segundo.

Miré a las casas.

Todas estaban pintadas de colores brillantes: celestes, amarillos, rosados…

Entonces miré a la casa de al lado.

Justo al lado, compartíamos un porche de hierba. Ambas casas eran
grandes, y nuestros patios también lo eran, pero no había una valla o un camino entre ellas.

Si lo deseaba, podría correr a su patio y no habría nada para detenerme.

La casa era blanco brillante, con un pórtico que la envolvía por todo el rededor.

Tenían mecedoras y una gran silla tipo columpio al frente.

Los marcos de sus ventanas estaban pintados de negro, y tenía una ventana enfrente de la ventana de mi dormitorio. ¡Justo al frente! No me gustaba eso. No me gustaba el
hecho de que podría ver dentro de su dormitorio y que ellos podrían ver el mío.

Había una piedra en el suelo.

La pateé con mi pie, observándola bajar por la calle.

Me volví para seguir a mi mama, pero entonces oí un ruido.

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora