Capitulo 23.

422 62 15
                                    

—¿Quieres saber a dónde fue a parar ese chico? —Tragué mientras él buscaba en cada parte de mi rostro, cada rasgo excepto mis ojos—. ¿Quieres saber a dónde fue tu Christian? —Su labio se curvó con disgusto.

Como si mi Christian fuera alguien indigno.

Como si mi Christian no fuera digno de todo el amor que tenía por él.

Inclinándose, encontró mis ojos, su mirada tan severa que lanzó escalofríos por mi espina dorsal.

Con dureza, susurró:

—Ese Christian murió cuando lo dejaste solo. —Traté de darme la vuelta, pero Christian saltó en mi camino, haciéndome imposible escapar de su crueldad mordaz.

Arrastré una dolida respiración, pero Christian no había terminado.

Podía ver en sus ojos que estaba lejos de haber terminado

—. Te esperé —dijo—. Esperé y esperé que llamaras, que explicaras. Llamé a todos los que conocía aquí, tratando de encontrarte. Pero te habías desvanecido.
Te fuiste a cuidar de alguna tía enferma, que sé que no existe. Tu papá no quiso hablar conmigo cuando lo intenté; todos me dejaron fuera.

Sus labios se apretaron como si reviviera el dolor.

Lo vi.

Lo vi en cada uno de sus
movimientos, en cada una de sus palabras; había sido transportado de nuevo a ese lugar doloroso.

—Me dije que fuera paciente, que me explicarías todo con el tiempo. Pero mientras
los días se convirtieron en semanas y las semanas se convirtieron en meses, dejé de esperar con esperanza. En lugar de ello, dejé entrar al dolor. Dejé entrar la oscuridad que tú creaste.
Cuando un año llegó y se fue, y mis cartas y mensajes no obtuvieron respuesta, dejé que el dolor se apoderara de mí hasta que no quedó nada del antiguo Christian. Porque no podía mirarme en el espejo un día más, no podía caminar en los zapatos de ese Christian por un maldito día más. Porque ese era el Christian que te tenía. Ese Christian era el Christian que tenía a Anymin. Ese Christian era el que tenía un corazón completo. Tu mitad y la mía. Pero tu mitad
me abandonó. Se fue, y permitió que lo que tengo ahora echara raíces. Oscuridad. Dolor. Una carga de mierda de ira.

Christian se inclinó hasta que su respiración cayó sobre mi cara.

—Tú me hiciste así, Any. El Christian que conocías murió cuando te convertiste en
una perra y rompiste cada promesa que alguna vez hiciste.

Me tambaleé hacia atrás, desequilibrada por sus palabras.

Sus palabras que eran como balas a mi corazón.

Christian me miraba sin mostrar culpa.

No vi ninguna simpatía en su mirada.

Sólo la fría y dura verdad.

Él quería decir cada palabra.

Luego, siguiendo su ejemplo, dejé que la ira tomara el control.

Entregué las riendas a
todo el enojo que sentía.

Me apresuré hacia adelante y empujé el duro pecho de Christian.

Sin esperar que se moviera, me sorprendió cuando retrocedió un solo paso, antes de recuperar
rápidamente su terrero
Pero no me detuve.

Volé hacia él de nuevo, lágrimas ardientes corrían por mi rostro.

Empujé y empujé su
pecho.

Firmemente parado, Christian no se movió.

Así que seguí.

Un sollozo escapó de mi
boca mientras golpeaba su torso, los músculos tensándose por debajo de su camiseta mientras soltaba todo lo que se había construido dentro de mí.

—¡Te odio! —grité a todo pulmón—. ¡Te odio por esto! ¡Odio esta persona que eres
ahora! ¡Lo odio, te odio! —Me ahogué con mis gritos y me tambaleé hacia atrás, exhausta.

Al ver su mirada todavía firmemente dirigida hacia mí, usé la última gota de mi
energía para gritar:

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora