Capítulo 8.

419 68 10
                                    

Anastasia estaba en la cama, metida bajo las sábanas.

Sus ojos estaban cerrados y su
respiración era suave y regular.

Sonriendo por lo bonita que se veía con su mejilla descansando sobre su mano, me acerqué, coloqué su regalo en la mesa de noche y me subí
a su lado.

Me recosté, con mi cabeza compartiendo su almohada.

Habíamos hecho esto por años.

La primera noche que me quedé fue un error; trepé hasta su habitación a la edad de doce, para hablar, pero me dormí.

Afortunadamente me desperté lo suficientemente temprano a la mañana siguiente para escabullirme de regreso a mi propia habitación sin que se diera cuenta.

Pero entones la noche siguiente, me quedé a propósito, luego la noche después de esa, y casi cada noche desde entonces.

Por suerte nunca nos habían atrapado.

No estaba muy seguro de que al señor Steel le cayera igual de bien si supiera que duermo en el cuarto de su hija.

Pero quedarme al lado de Anastasia en la cama se estaba volviendo más y más difícil.

Ahora que tenía quince, me sentía diferente alrededor de ella.

La veía diferente.

Y sabía que ella también.

Nos besábamos más y más.

Los besos se hacían más profundos, nuestras manos comenzaban a explorar lugares que no deberían.

Se estaba volviendo más y más
difícil parar.

Quería más.

Quería a mi chica de cada forma posible.

Pero éramos jóvenes.

Sabía eso.

Eso no lo hacía menos difícil sin embargo.

Anastasia se movió a mi lado.

—Me preguntaba si vendrías esta noche. Esperé por ti, pero no estabas en tu cuarto —dijo somnolienta mientras apartaba el pelo de mi rostro.

Capturando su mano, besé su palma.

—Tuve que revelar el rollo, y mis padres estaban actuando extraño.

—¿Extraño? ¿Cómo? —preguntó, moviéndose más cerca para besar mi mejilla.

Negué con la cabeza.

—Sólo… extraño. Creo que algo está sucediendo, pero me dijeron que no me preocupara.

Incluso en la luz tenue pude ver las cejas de Anastasia fruncirse de preocupación.

Apreté su mano para tranquilizarla.

Recordando el regalo que le traje, pasé la mano detrás de mí y tomé la foto de la mesa de noche.

Le había puesto en un sencillo marco plateado.

Toqué el icono de la linterna en mi teléfono y lo sostuve para que Anastasia pudiera verlo mejor.

Ella soltó un pequeño suspiro y observé mientras una sonrisa iluminaba toda su cara.

Tomó el marco y pasó un dedo a lo largo del cristal.

—Me encanta esta foto, Christian. —susurró, luego la colocó sobre su mesita de noche.

La miró por unos segundos, luego se giró de nuevo en mi dirección.

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora