Capitulo 25.

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—No —advertí, mi voz cortante y cruda—. No te atrevas a estar allí y llorar. No te atreves a estar allí y decirme que lo sientes. No tenías ninguna maldita razón cuando fuiste el que me llevó lejos. Tú me apartaste de ella cuando yo no quería ir. Me apartaste de ella mientras estaba enferma. Y ahora... ahora... ella está mu… —No pude terminar la frase.

No me atreví a decir esa palabra.

En su lugar, corrí.

Corrí hacia mi papa y cerré mis manos sobre su amplio pecho.

Se tambaleó hacia atrás y golpeó la pared.

—Christian. —Escuché el grito de mi mamma desde el pasillo.

Haciendo caso omiso de
su petición, tome el collar de mi papa en mis manos y llevando mi cara justo enfrente de la suya.

—Me llevaste lejos por dos años. Y debido a que no estaba, me apartó para salvarme. A mí. Salvarme de la pena de estar tan lejos y no ser capaz de consolarla o abrazarla cuando estaba sufriendo. Lo hiciste, así no podía estar con ella mientras luchaba. —Tragué, pero
me las arreglé para agregar—. Y ahora es demasiado tarde. Ella tiene meses... —Mi voz se rompió—. Meses... —Bajé mis manos y di un paso atrás, más lágrimas y dolor desgarrando.

De espaldas a él, le dije:

—No hay vuelta atrás de esto. Nunca te perdonaré por llevarme lejos de ella. Nunca. Hemos terminado.

—Christian…

—Sal —gruñí—. ¡Fuera de mi habitación y lárgate de mi vida! Ya he terminado
contigo. Ya está hecho.

Segundos después oí la puerta cerrarse y la casa quedó en silencio.

Pero para mí, en este momento, la casa sonaba como si estuviera gritando.

Apartando el pelo de mi rostro, me dejé caer sobre el colchón volcado, luego apoyé la espalda contra la pared.

Durante unos minutos, o podrían haber sido horas, me quedé mirando a la nada.

Mi habitación estaba a oscuras salvo por la luz de una pequeña lámpara
en la esquina de la habitación que de alguna manera había sobrevivido a mi rabia.

Alcé los ojos, y se fijaron en una foto que colgaba en la pared.

Fruncí el ceño, sabiendo que no la había puesto ahí.

Mi mama debe haberla colgado hoy cuando
desempaqué mis cosas.

Y me quedé mirando.

Me le quedé mirando a Any, sólo unos días antes de irnos, bailando en la arboleda
de cerezos, las flores de cerezo que amaba tanto en plena flor a su alrededor.

Sus brazos estaban estirados hasta el cielo mientras giraba, su cabeza echada hacia atrás mientras reía.

Mi corazón se apretó al verla de esta manera.

Porque ésta era mi anymin.

La chica que me hizo sonreír.

La chica por la que correría en la arboleda de cerezos, riendo y bailando hasta el final.

La que me dijo que me alejara de ella.

Me alejaré de ti.

Te alejarás de mí.

Finalmente podremos descansar…

Pero no pude.

No podía dejarla.

Ella no podía dejarme.

Ella me necesitaba y yo la
necesitaba.

No me importaba lo que había dicho; no había forma en que la iba a dejar para
soportar esto sola.

No podría, aunque tratara.

Antes de que pudiera pensar demasiado, salté en mis pies y corrí a la ventana.

Tomé una mirada a la ventana opuesta a la mía y dejé que el instinto tomara el control.

Tan silenciosamente cómo es posible, abrí mi ventana y pasé a través de ésta.

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora